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análisis

Campamentos de verano

Los cajones son el camino cómodo que nos lleva a la curiosidad. ¿Dónde puede vivir aquello de lo que ya no nos acordamos? En un cajón...

Hay horizontes que son el latido entre dos mundos; siempre he pensado que todo aquello que es anticipo de algo bueno (y también malo) llega a través de una carta ordinaria. ¿Qué "bandido" le puso semejante nombre? Ordinario es el correo electrónico: texto perseguido por la inseguridad de una mala conexión, ¿pero las cartas? Junto a ellas están las mesas de mármol, que con cierta música, desnudaron el tintero de muchos amores prohibidos. Hace muchos años, en un campamento de verano, conocí a un chico de Asturias. Durante los quince días que pasamos juntos (por lo visto) nos enamoramos. La adolescencia, siempre es festiva; pasa de amiga a novia y de novia a esposa, en un agosto (sonrío). Es una época bonita, cualquier latido de más se convierte en futuro banquete de bodas, y lo mejor, sin saltar la fachada de la aprobación de unos y otros. Pues bien, hace pocos días, en un cajón, encontré las cartas de dos adolescentes enamorados. Sí, él y yo, mejor dicho nosotros. Al leerlas he puesto a parir a la madurez, sollozo de violín que cada vez alcanza menos notas... Qué hermoso es el amor austero, el mismo que a pesar de no comprender nada se siente; no, no viene con frecuencia: a veces, solo viene una vez en la vida (y por lo visto) se aloja en los campamentos de verano.

¿Creen qué si mañana me compro un helado volveré a tener los berretes de la adolescencia? No es que no tenga ganas de ser mujer... Con la boca reseca de los años, me doy cuenta que la venganza de la vida es madurar igual que un higo y encima sin leche.

A veces, está bien echarse a los brazos de lo vivido. Les recomiendo que abran algún cajón y busquen el estoposo gusto del pasado. Ay, qué arrugado es el tiempo, a pesar de encontrar mis primeras cartas de amor, en mis mejillas solo siento las pelusas del árbol de la adolescencia.

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