El 21 de julio de 1969, 530 millones de personas se sentaban ante sus televisores para presenciar en directo un imposible. La primera huella de un hombre en la superficie de la Luna.

Los astronautas Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins emprendían el viaje cuatro días antes, y lo hacían sobre el cohete más grande jamás construido, el Saturno V, un lanzador que alojaba en su cofia el orbitador y el módulo lunar que haría posible la odisea, un conjunto que, a efectos reales, supone apenas una burbuja de aire contenida en una precaria tecnología donde sobrevivían tres personas, pero capaz de surcar el espacio a diez kilómetros..., por segundo.

Todos los recursos destinados a lograr ese objetivo marcado por John F. Kennedy al inicio de los 60 hacían de la empresa un reto de la Humanidad. Más de 20.000 entidades científicas participaban del proyecto, involucrando a casi medio millón de especialistas de todo el mundo.

Y a las 02:56 hora canaria, Maspalomas se convertía en uno de los cuatro grandes ejes que vertebraron la epopeya. En esa incipiente era espacial no existían repetidores en órbita, y Gran Canaria se erigía así en una suerte de satélite terrestre de la NASA para suplir el vacío existente entre Australia y Estados Unidos.

En esa madrugada del 21 de julio, dentro de la flamante estación construida en Pasito Blanco, y que sustituía a la anterior ubicada junto al Faro, y que participó también en la preparación del vuelo tripulado gracias a los programas Gemini y Mercury, se recibían en directo las comunicaciones entre el módulo lunar y Houston, e incluso los latidos en ascenso de Neil Amstrong cuando tras pisar su suelo citó la frase para la historia: "un pequeño paso para el hombre, un gran salto de la humanidad".

Las repercusiones de esa gesta acompañan a la vida cotidiana del siglo XXI de tal forma que ni siquiera se cuestiona su existencia. Como la electrónica, el entorno digital, la telefonía, la previsión meteorológica, los microondas o los propios ordenadores, del que el Eagle portaba el embrión de los 'portátiles' con su hoy primitivo Apolo Guidance Computer (AGC), y que ha dado paso a un desarrollo que hoy emprende la ruta de la Inteligencia Artificial.

Y para Canarias, escala de otro 'astronauta', Cristóbal Colón, supuso su visibilidad, de nuevo, en el globo.

Se creó una ruta directa operada por Pan Am e Iberia entre Gran Canaria y Nueva York con miles de turistas norteamericanos fascinados por una Maspalomas 'espacial', que supo también convocar en París el primer concurso de desarrollo turístico internacional.

Las imágenes del recibimiento de la tripulación en la isla, entre la que se incluía a Amstrong bailando una isa o Edwin Aldrin con una rondalla tocando la guitarra en el Maspalomas Oasis, señalaron a las islas en las principales cabeceras periodísticas y canales televisivos, mientras en la Estación de Seguimiento Espacial continuaba monitorizando las otras seis misiones Apolo, ofreciendo un fundamental trasvase de tecnología y conocimiento a ingenieros canarios y españoles que iban sustituyendo a los americanos en las mismas labores.

Es un ejemplo de potencialidad estratégica por situación. En este caso el Archipiélago se encuentra en el punto justo para hacer de su latitud y longitud una oportunidad. Como también lo fue su aislamiento para crear hace 40 años los primeros estudios de Telecomunicaciones, herederos de los primeros telegrafistas y radiotelegrafistas que conectaron las islas con el continente a principios del siglo XX. Cuatro décadas después han formado 1700 Ingenieros Técnicos de Telecomunicación, y más de 500 Ingenieros de Telecomunicación, "con un impacto cultural relevante", como reafirma la propia Escuela.

En Canarias comparten espacio pues, geoestrategia y talento. Muestra de ello es que tras el último vuelo del Apolo XVII, terminada la carrera espacial sostenida con la URSS, se hacen cargo de esas instalaciones profesionales tanto canarios como peninsulares del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, que siguieron proporcionando hitos a la ciencia.

En 1973 la NASA lanzaba el Skylab, primera estación espa-cial tripulada. Desde el sur se hacía el seguimiento de las tormentas solares que pudieran afectar a sus astronautas, y lo hacían con tal precisión que avisaban a la tripulación del momento exacto y trayectoria de esas partículas para ponerlos a resguardo en caso de encontrarse en pleno paseo espacial.

Hoy sigue dando cobertura a enjambres de satélites japoneses, europeos y americanos. Pero, con todo, atesora un bien de valor incalculable: las miles de vidas rescatadas y salvadas gracias al programa COSPAS-SARSAT, cuyo centro de control se aloja en esas instalaciones. Desde 1993 ha rescatado a más de 9.000 personas y prestado apoyo al salvamento de otras 2.300 en la zona de responsabilidad española, con cobertura en otros 19 países africanos.

Son realidades que muestran que un euro de inversión en ciencia ofrecen un retorno incalculable. Y que restarle un céntimo es desandar lo andado.

Canarias hoy, con toda la tecnología disponible que ya permite trabajar conectado con cualquier lugar del mundo, debe aplicar de nuevo ese principio de potencialidad estratégica por situación. Formar y atraer un talento que se desenvuelva en un entorno climático insuperable, a apenas unas horas de las capitales europeas y africanas, dentro de una sociedad segura y con avanzadas instalaciones hospitalarias en el que la ciencia puede encontrar un enorme espacio frente al monocultivo del sector servicios.

Lo demás viene por pura sinergia. La joven grancanaria Mar Vaquero afirmaba el viernes en el acto de homenaje a los antiguos trabajadores de la Estación de Maspalomas que de pequeña se sentía fascinada por aquellas antenas, y su papel en la llegada del hombre a la Luna.

Hoy es ingeniera de vuelos en el Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA.