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Opinión

Londres, ayer y hoy

No se equivocaba Mark Twain al afirmar que no hay nada mejor que viajar para aprender. Y más en un mundo que va a mil por hora y en el que todo cambia a una velocidad de vértigo. De ese desarrollo, por supuesto, no está exenta la ciudad de Londres, mi hogar durante 30 años.

Ciertamente, cualquier excusa es buena para viajar, más aún si, como en este caso, se trata de la capital del Reino Unido. Pero es que, además, si se da la circunstancia de que uno cumple 80 años y vuelve con sus seres queridos a donde pasó una parte esencial de su vida, los argumentos son aún más contundentes. Incluso me atrevería a decir que lógicos y hasta necesarios. Porque debía estar en Londres en una fecha tan señalada. Y de ello les voy a hablar a continuación.

Para empezar, sigo plenamente convencido de la importancia de, como mínimo, dominar una lengua como el inglés. Resulta, sin duda, fundamental. Es, de hecho, hasta primordial en un mundo tan multicultural y en el que el bilingüismo, sobre todo en Canarias, dada su relación con el turismo, debió alcanzarse hace mucho tiempo. Además de que, como muy bien decía Frantz Fanon, hablar un idioma es asumir un mundo, una cultura.

Hablemos ahora justamente de eso, de esa cultura, de lo que me encontré. De esa ciudad y de ese país tan señalado en los últimos tiempos por el Brexit. Pues bien, el tiempo no le ha pasado factura a Londres. Sus calles, los parques, nada ha cambiado desde que llegué con tan solo 17 años desde mi Telde natal.

Claro está que se ha desarrollado acorde con los nuevos tiempos y las necesidades administrativas y humanas que requiere ser una gran ciudad, pero yo me refiero a lo sustancial, a esos rincones que formaban parte del día a día de los canarios que tuvimos oficinas en Covent Garden.

Ya no están los puestos de antaño, eso es evidente, pero los edificios, los teatros, los museos, las estaciones o los pubs se han mantenido. Y eso es hermoso. Lo que me lleva a pensar que recordar es volver a vivir. Y eso es lo que sentí a cada segundo de este viaje. Porque, como dijo Ibn Battuta, "viajar te deja sin palabras y después te convierte en un narrador de historias". Y esta es mi historia y la de muchos canarios que un buen día salimos de nuestra tierra para llegar a un país extranjero que nos recibió con su niebla, y, luego, nos acogió de maravilla.

Esta es la historia de muchos canarios. Por eso, y por ejemplo, estos días me detuve por lo que fueron las oficinas de grandes amigos ya fallecidos, que eran como mis hermanos: Pepe Benítez, Tomás López e Isidro Morales. También visité Park West, junto a Marble Arch, donde viví con mi mujer, Mariluz, y mis hijos todos aquellos años. Incluso entré en el Nags Head, el pub en el que nos reuníamos los canarios.

En realidad, fueron muchos sitios los visitados, grandes recuerdos volvieron a mi mente, y la emoción siempre estuvo presente. Porque, en esta vida hay que ser agradecido, y resulta difícil olvidar lo felices que fuimos, pese a la dureza del clima, las complicaciones del trabajo y mil problemas que conlleva vivir lejos de tu casa. Pero éramos una gran familia.

Este es el Londres de ayer, que hoy no ha cambiado y que nunca lo hará. Porque por sus calles siempre estará el eco de nuestras voces y de nuestros pasos. También de nuestros enfados. Y, por supuesto, de nuestras risas y abrazos.

Carmelo Santana Peña. Exportador teldense en el Reino Unido.

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