La Provincia - Diario de Las Palmas

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APUNTES

¿Y dónde están los buenos?

Uno de esos amigos que se convierten en un guineo por wasap, que con el gmail son mis únicas ventanas al mundo digital de las llamadas redes sociales, convertidas, válgame Dios, en periodismo casero, me comentaba en las pasadas elecciones que no pudo votar al Senado porque no conocía a nadie. No quiero decir el partido al que vota desde su juventud, cuando acudió ilusionado al colegio electoral el 15 de junio de 1977, pero siempre votó a la Cámara Alta; la mayor parte de las veces a su partido, otras, por "motivos personales" de antipatía, a otros. "Pero es que ahora todos y todas me son unos perfectos desconocidos". El hombre cree que si al Congreso lo importante es conocer a los primeros, segundos y terceros, porque en el fondo se vota al cabeza de lista que quiere ser Presidente del Gobierno de la Nación, los senadores tienen una característica más personal; y uno tiene que estar seguro de que van a estar a la altura del cargo.

Esa sensación de desconocimiento la tuvimos muchos. Hasta hace unos años el Senado estaba lleno de gente importante en distintos sectores de la sociedad, personas que habían dejado huella. Pero poco a poco la política ha ido ganando no excelencia, sino su antónimo, mediocridad. Todo ello consecuencia de una peligrosa secuela del funcionamiento de los partidos: los engranajes que constituyen el instrumento básico de la democracia se han ido convirtiendo en oficinas de autoempleo. Todos, sin excepción. Uno entra en las juventudes y termina en el tanatorio rueda que te rueda.

Decía un conocido pillastre local, que llegó a presidir una prestigiosa institución del Comercio y la Navegación y casi los Expresos Europeos, y acabó detrás de los barrotes de Salto del Negro, que en política lo fundamental es subirse al tiovivo y no bajarse bajo ningún concepto. "Tristán", me dijo una vez en León y Castillo, "a veces hay que estar montado en el caballito, otras en el coche de bomberos, otras en el deportivo... dando vueltas, pero subido y bien agarrado".

Entonces, utilizando esta metáfora, que creo muy apropiada aunque desvergonzada, la política se ha ido convirtiendo en una atracción de feria. Lo cual resulta del todo incompatible con la idea sobre el servicio público que los demócratas, de izquierdas, centro y derecha, teníamos en el tardofranquismo y la Transición.

Pongo un ejemplo comprobable con solo revisar la hemeroteca de 1979. Las listas al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria se hicieron sin poner nombres. Primero, en función del número de concejales que se pensaban sacar, y tres más por si acaso sonaba la gaita; se establecían unas prioridades sobre las áreas a gobernar, y se definían los perfiles. Fue la primera vez que oí hablar de perfiles en este sentido. Y luego, en función de esas características, se barajaban los nombres para ocupar Urbanismo, Hacienda, Barrios, Parques y Jardines, Viviendas, Obras Públicas...

Así era incluso en el PCE, con un aparato muy cerrado y jerarquizado por los hábitos de la clandestinidad, en el que el componente activista y agitador era dominante en las asambleas. Pero si repasamos el listado de sus representantes de entonces se comprobará el alto nivel de idoneidad y complementariedad, en la práctica y en la dialéctica, en los diferentes niveles institucionales.

Por aquellas fechas, el influyente número 2 del PSOE, Alfonso Guerra, estableció unas condiciones que habrían de cumplir los candidatos, y que luego, décadas más tarde, le volví a oír en un mitin en A Coruña, en lo que sin duda fui un tirón de orejas a los dirigentes gallegos, que a pesar de estar gobernando con el BNG, fueron barridos por Feijóo, por troncos.

Guerra recordó que para dedicarse a la política hay que reunir dos condiciones inseparables: "La convicción, las ideas, por una parte; y por la otra la preparación y la habilidad para gestionar". Hacer más con menos; y hacerlo bien.

Esta exigencia no está de moda; y en la actualidad este proceso de fracaso inmunológico afecta, primero, a los ayuntamientos, y luego, va hacia arriba, y contamina a las comarcas, donde las hay, diputaciones y cabildos, y a las Cortes, y en general a todos los cargos intermedios que son, en realidad, lo que hacen que funcione la maquinaria aunque el consejero o el ministro tengan serios déficits de formación y, en algunos casos, sean uno toletes; engreídos, altivos y encorbatados, pero toletes. O sea, unos trumpitos.

De forma casi imperceptible se va viciando el entero sistema sanguíneo, sobre todo a causa de las listas cerradas. El acrónimo y el logotipo, la marca, actúan de tirón y encubren la mediocridad cuando no la idiotez en estado puro. Por razones de cercanía los que van en las candidaturas locales son los más conocidos, aunque entre col y col, lechuga.

Pero el problema se visibiliza, y actúa como f uego amigo cuando concejales con muchos trienios, y hasta decenios, quedan fuera de las listas y están en riesgo de bajar del tiovivo y quedarse en paro. Y es ahí cuando en toda España la ineficiencia carcome la administración. Cuando las cosas comienzan a no funcionar adecuadamente. Y el cabreo se va apoderando de los ciudadanos.

Los partidos deberían crear un servicio interno de calidad y productividad para controlar los desvíos y desvaríos, y detectar los inicios de comportamientos indeseables, y procurar que quien meta la pata, o la mano, se vaya a trotar y a abrevar a otra parte.

Ni la Universidad, t emplos de la excelencia y el talento -que a veces parece que son materia reservada- son ajenas a este proceso cangrejo, propio de las organizaciones endogámicas.

"¿Dónde coño están los buenos?", me preguntaba un vecino enfurecido por la tardanza de un par de años en la concesión de una licencia de obras. Entre políticos y ciertos funcionarios jodelones están dando carnaza a la extrema derecha que aúlla en jauría por las redes.

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