S ¡i no tienen lectura para lo que queda de verano, permítanme una recomendación. Una de un autor español, de un clásico moderno, y además muy divertida, que es de lo que se trata, pasar los días con un libro entre las manos que despierte el buen ánimo y provoque la sonrisa. El volumen del que les hablo lleva por título Cuatro corazones con freno y marcha atrás, del inmortal Enrique Jardiel Poncela. Un dramaturgo, y en tiempos periodista, que hoy sería mal visto por la vanguardia de la intolerancia, y ya sólo por este único mérito, merece una atenta visita literaria.

Dicho lo cual, ojalá hubiera leído la obra del madrileño la concejala de San Bartolomé de Tirajana doña Pino Dolores Santana Santana, especialmente aquel pasaje del anuncio disparatado que hacen publicar sus personajes principales: "Isla desierta para un apuro, necesítase". Y a fe que le urge a la señora encontrar un lugar en el que nadie la señale por el desvarío cometido, molesta, como estaba, por las insistentes cuestiones de una comisión de festejos de la localidad de Tunte. Harta de preguntas y, sobre todo, ahíta de orgullo soltó que ella era "la concejala" y, no contenta con la declarada perogrullada, ratificó la afirmación con el amén del político, la coletilla que muchos callan, pero ella, la ínclita, pronunció en voz alta: "y se la tienen que mamar" (cursivas nuestras, ¡faltaría más!). Es difícil volver al redil de la prudencia y la sensatez después de conducirse de semejante manera. Allá la buena mujer con su conciencia y la peculiar forma de entender la convivencia y la representación política. A este humilde columnista, no obstante, aparte de no sorprenderle en absoluto las palabras de la edila, le preocupan dos cosas. La primera es aquello tan viejo que ya dijera Anatole France sobre los estúpidos y la desgracia de que jamás descansan. En este sentido, mi preocupación se tensa aún más, porque el número de islas deshabitadas en las que pudiera refugiarse la señora es cada vez menor, habida cuenta que la extensión de la civilización casi las ha suprimido. En vista de lo cual, propongo hacerle un hueco en la Isla de Lobos. Como está de moda, también habría que emprender una recogida de firmas en internet con tal propósito. Ya se verá.

La segunda cosita que me inquieta es el nivel de los políticos en España. Y me subleva todavía más la idea de que estos individuos conviertan la representación ciudadana en una feria de vanidades, siendo el respetable la víctima propiciatoria de sus caprichos y manías. Y es aquí donde uno se rebela, pero siempre con educación, no vaya a ser que le envíen a la dirección que la concejala acostumbrará a poner en el remite de la correspondencia de los que no le gustan o agobian. Y, hablando de misivas, termino con estas pobres letras, escritas desde la esperanza hacia la soberana del sur de Gran Canaria: "Muy señora mía, espero que al recibo de ésta, se encuentre Vd. bien. Por ahora, y que uno sepa, no se la echa de menos en este lado del mundo. Siga reflexionando, por favor, en contacto directo con la naturaleza. Omito preguntas sobre sus vecinos, los lobos marinos, aunque le recomiendo practicar su ejemplo, un silencio respetuoso a la par que reconfortante con el ser humano".

Juan Francisco Martín

del Castillo. Doctor en Historia

y Profesor de Filosofía.