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el ruido y la furia

La foto del verano

Todos los veranos tienen una foto, y a veces estaría uno por pensar que la fotografía se inventó nada más que para esto, para la trivialidad de posar, poniendo cara de ser felices, en la playa, con las olas de teloneras, o en la montaña, amparados por un castaño o un abedul (no sé muy bien cómo es un abedul, pero no creo que tenga muchas más oportunidades de escribir ese nombre en una columna y hay que aprovechar la circunstancia).

Todos los veranos tienen una foto, mucho más ahora, claro, que llevamos el móvil en la mano a todas partes y en él la cámara bifronte que hace inmortales todos nuestros minutos, aunque la mayoría de nuestros minutos no tengan más valor que el de la rutina y la repetición.

También los periódicos buscan la foto del verano, que este año puede ser la de un incendio que devora el presente y el futuro, o la de un atribulado presidente en funciones buscándose a sí mismo en Doñana, sin saber que allí lo que hay es que perderse, o la de un barco cargado de seres humanos a quienes nadie parece querer. Cualquiera de ellas da la dimensión exacta de lo que somos y de dónde estamos, ya saben, aquello de que "una imagen vale más que mil palabras". A mí nunca me ha gustado mucho esa expresión, esa frase convertida en un lugar común. Compréndanlo, yo ando todo el día con las palabras, trabajo con ellas, son el sustento de mi familia, las que pagan la hipoteca, la luz, la bombona de butano, y que valgan tan poco, pues qué quieren que les diga, no me hace mucha gracia, además de que siempre me he preguntado que cuando alguien dice eso a qué se refiere exactamente, porque si hablamos de mil palabras de Quevedo, de Cervantes, de Juan Carlos Onetti, a lo mejor tendríamos que rehacer la cuenta, revisar el sistema de cambio, la tabla de equivalencias.

Se me ocurren estas cosas mientras paseo por la orilla de la playa esquivando las miles de instantáneas que se hace la gente, intentando el imposible de no aparecer como extra en la foto del verano de media humanidad.

Y caigo en la cuenta de que como cualquiera yo tengo, también, una foto de cada verano. Hoy me he encontrado con la cajita donde las guardo y han aparecido algunos fantasmas queridos. Hay gente en algunas de esas fotos que lleva muerta casi toda la vida, y sin embargo ahí están, presentes, eternos en un modo de eternidad que vira levemente a sepia.

A todos nos ha pasado, supongo.

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