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REFLEXIÓN

El muro de Dios

Y habló Dios y surgieron el primer hombre y la primera mujer. Por nombres, Adán y Eva. Esta es la historia que nos han relatado las Sagradas Escrituras. Y, se crea o no, forma parte del acervo cultural de lo que hoy es Occidente. Al menos, hasta que medió Carmen Calvo. Con ella, el mito se truncó. No sabemos si se le aproximó Yahvé, si le sopló algo al oído o, directamente, si Dios le ofreció la dignidad de conocimiento y la facultad de sembrarlo sobre el mundo. Pero lo que sí se sabe es que el Verbo con ella ya es feminista, porque, tras ver la cara del Hacedor, fue designada la elegida, la precursora del Bien. Sin embargo, la condición de elegido, en palabras de Jean Paul Sartre ( El Diablo y Dios), es una situación peculiar, y no siempre bien acogida, no tanto por el señalado, como por los que le rodean. "Un elegido es un hombre al que el dedo de Dios arrincona contra un muro", reflexiona el galo a través de uno de los personajes más perfilados de aquella obra, el cura Heinrich.

El muro de la Vicepresidenta es el muro del sectarismo y la intolerancia. En la actualidad, los muros se encuentran por doquier, el israelí, el trumpiano -sólo soñado- y, cómo no, el de la señora Calvo. Cuando en un curso sin importancia, la dirigente socialista sentencia que el feminismo proviene de la "genealogía del pensamiento progresista" o, todavía más claro, del "movimiento socialista" está descubriendo una estirpe, quizás un linaje, que conecta a la izquierda con el principio de los tiempos, excluyendo, como es evidente, a cualquier otra fuerza de esa conquista. Y lo hace con la rotundidad del estilita, la de haber visto la faz de Aquel que todo lo sabe. Olvida, ¡pobre contratiempo!, que ni es la única en la defensa de los derechos de la mujer ni está bendecida por otra razón que la sectaria.

No se trata de criticar la soberbia moral, la chulería política o el descaro intelectual, sino de otra cosa mucho más simple. En el fondo, en aquel principio de las cosas que se salta a las bravas la señora Calvo, está la condición humana. Y a fuerza de socavarla, se ha erigido en profeta de la nada y espantajo de la intolerancia. El feminismo no es patrimonio de una persona, ni siquiera de un movimiento, menos aún de una ideología concreta; es la lucha de todos por refrendar unos derechos inalienables, insustituibles. Como se decía en otro tiempo, unos derechos naturales.

La pugna feminista lo es de las mujeres como lo es de los hombres; es de las izquierdas como lo es de las derechas. De suyo, aunque la historia parece desmentirlo, es la lucha de la sensatez y la racionalidad. Qué pena que la intolerancia y su hermano rabioso, el sectarismo, hayan anidado, precisamente, en el gobierno de un país. Quiero pensar que las gentes progresistas en conjunto no habrán hecho suyas las ínfulas de la Vicepresidenta, porque, de ser así, se cumpliría el viejo dicho de Voltaire: "Existe siempre a las puertas de Madrid la aduana de los pensamientos". Por ello, reitero mi convencimiento y hago votos para el que muro de Dios sea el del rincón de los sectarios y los intolerantes, el mismo que habita la elegida socialista.

Juan Francisco Martín del Castillo. Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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