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crónicas galantes

(H)ortografía en tiempos de internet

Gracias a internet y a las redes sociales, ahora se escribe más que nunca, aunque no necesariamente mejor. Inventos tan admirables como WhatsApp han sustituido, de hecho, la comunicación telefónica y verbal por la escritura (y la lectura), poniendo estas dos actividades intelectuales al alcance de cientos de millones de personas en todo el mundo. Muchas más, desde luego, que las que practicaban ese vicio solitario en los viejos tiempos de la correspondencia escrita a mano o a máquina.

No lo creen así algunos nostálgicos del folio y el sobre, que aún viven, quizá sin advertirlo, en la era analógica. Son, probablemente, los mismos que en su día se resistieron a cambiar la caligrafía por la mecanografía; y los que posteriormente se aferraron a la máquina de escribir con la llegada de los primeros ordenadores personales. El progreso siempre ha padecido mala fama, incluso entre los progresistas.

Pocos podrán negar, sin embargo, que la revolución digital ha traído consigo la democratización del saber. Internet es, en cierto modo, la mágica biblioteca de Babel con la que soñó Borges, si bien no es probable que el genio porteño -tan elitista- viese con buenos ojos de ciego el acceso universal al conocimiento que proporciona la Red.

Otro tanto ocurre con la lectura y la escritura que los nuevos tiempos cibernéticos han puesto en manos de todos. Ahora que casi todo el mundo se ha puesto a escribir gracias a Facebook, WhatsApp, Twitter y demás magias, la tacha que muchos le encuentran a ese avance histórico es la calidad de lo escrito.

Abundan en los foros de la Red los quejicosos que afean a sus interlocutores el más leve -o grueso- error de escritura. A una falta de ortografía contestan con una falta de educación, tal vez para empatar.

Esto es tanto como ignorar que la ortografía ha perdido importancia en las redes, que exigen concisión telegráfica y, a su modo, están creando un nuevo sistema de signos. Twitter, que limita a unos pocos caracteres los gorjeos de quienes entran a trinar en esa jaula de pájaros, es probablemente el mejor ejemplo, pero no el único.

La expresión breve y hasta epigramática que tanto hubiera gustado a Baltasar Gracián no permite pararse en melindres de bes o uves. Por hache o por be, todos acabamos tecleando en el móvil de forma abreviada: una urgencia que acaso explique la pérdida del sentido ortográfico que aqueja a tantos usuarios de redes sociales.

Pierden el tiempo y la cortesía quienes se lamentan por esta desatención general a las normas de la ortografía y/o de la sintaxis. No está bien, desde luego, reírse de las carencias del prójimo, que no siempre ha tenido oportunidad de instruirse, por no hablar ya de lo poco que ayuda a ese propósito el sistema educativo vigente.

Habría que felicitarse, más bien, por lo mucho que la nueva comunicación digital fomenta el hábito de la expresión escrita, aunque la ortografía se confunda a veces con la horticultura. Los más optimistas tendemos a pensar que el mero hecho de entregarse a la escritura, aunque sea en una red social, llevará a algunos -o muchos- a las íntimas delicias de la lectura. El único riesgo es que la mejora de los sistemas informáticos de dictado por voz nos haga abandonar la recién adquirida costumbre de escribir. Ya se les ocurrirá algo a Gates o a Zuckerberg.

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