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CARTAS A GREGORIO

Manuel Ojeda

Espacio compartido

Querido amigo: En los años cincuenta, cuando todavía no había señales de tráfico, los coches circulaban más por sentido común que por normas escritas.

Una de esas normas establecía la preferencia de paso que tienen los vehículos cuando salen por la derecha, pero tampoco se necesitaba mucho más porque los conductores se entendían y, en situaciones anómalas, prevalecía la razón sobre las normas.

Recuerdo entonces que uno de mis hermanos tenía un coche descapotable y circulaba por una calle donde no había discos ni semáforos, y en una de las esquinas un señor con un Austin furgoneta esperaba prudentemente a que pasara, pero al llegar a su altura, a mi hermano se le ocurrió la gamberrada de dar un frenazo y decirle: "Es que van como locos..."

El pobre señor, que era de los llevan las narices pegadas al volante y agarrándose con las dos manos, se quedó petrificado.

Pero poco a poco el parque automovilístico fue aumentando y las calles se llenaron de discos de prohibido el paso que a veces te obligaban a dar un rodeo kilométrico para salir y volver al garaje de tu casa.

El ruido de las bocinas y las pitas pasó a ser habitual en una ciudad donde poco antes los pastores podían traer su rebaño de cabras y transitar a lo largo y ancho de la calle mientras uno de ellos ordeñaba la cabra para servirte la leche delante de la puerta de tu casa.

Pero los coches se fueron adueñando de la calzada y lo siguiente fue ponernos el carril solo bus, hasta ahora que se ha implantado el carril bici en casi todas las vías de la ciudad, pero es posible que pronto se reivindique un carril solo para sillas de ruedas o para invidentes y también un carril para mascotas.

Tendríamos que dejar de prohibir y crear espacios compartidos donde las únicas normas fueran la educación y el sentido común.

Da la impresión de que vamos en dirección contraria a la que deberíamos, Gregorio, porque, en lugar de hablar y entendernos, ponemos cada vez más límites a la comunicación entre las personas.

Prohibir es reconocer el fracaso ante la imposibilidad de entenderse, cuando deberíamos saber reconocernos en la diferencia.

No podemos hablar de igualdad y que luego cada uno se encasille en su propio cubículo por muy complicadas que sean las circunstancias.

La ciudad es un banco de pruebas para aprender a relacionarnos, y un espacio público que está bien compartido es una oportunidad para participar en el programa común de la ciudadanía.

Puede que hoy parezca inviable volver a los tiempos en que tenías que pedir permiso para que te dieran paso y, seguramente, lo es. Pero también es cierto que la comunicación entre las personas pasa por evitar tantas fronteras físicas y darnos la oportunidad de entendernos personalmente. Entonces la educación y la generosidad volverían a ser el motor de nuestra convivencia.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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