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Opinión

Boris no es el único que tiene peligro

Una de las ocurrencias que mejor acogida tuvo cuando Boris Johnson se hizo en julio con la sucesión de Theresa May fue la de que, pareciéndose a Trump como a un gemelo, resultaba más peligroso porque era más inteligente. Acaba de demostrarlo. Trump se enfanga un día y otro en estruendosas iniciativas de tabla rasa que naufragan en el Congreso o tropiezan con los tribunales antes de nacer. Johnson, por el contrario, en lugar de derribar las lindes ha optado por la vieja trampa campesina de desplazarlas unos palmos: le ha echado el ojo a un mecanismo banal -el cierre de sesión parlamentaria, que suele durar de una a tres semanas-, lo ha dilatado 15 días y ha dejado a la oposición casi sin tiempo para derribarle o vetar un brexit sin acuerdo antes del 31 de octubre. La última vez que un Gobierno hizo una jugada similar fue en 1948 y lo presidía el laborista Attlee. Hay precedentes y llevan la marca del adversario.

Johnson, era sabido, es un tipo osado y tiene esa inteligencia atolondrada del vividor rubicundo que puede despeñar a un país entre jocosas palmadas en la espalda. Conviene, sin embargo, precisar dos cuestiones. La primera es que el éxito de su treta no está garantizado. Recursos judiciales, iniciativas populares o un uso inteligente de la semana que mediará entre el regreso al escaño de los diputados y el cierre de la sesión pueden maniatarlo. La segunda apunta precisamente a la oposición.

¿Hasta qué punto el laborismo tiene flexibilidad para armar una mayoría que derribe a Johnson, sostenga a un Gobierno de transición que arranque otra prórroga a Bruselas y, además, evite ser aplastada por Johnson en unos nuevos comicios? La apuesta no solo es muy elevada. Reposa en la capacidad de Corbyn para entender que, mal que le pese, no es el elegido para ganarla.

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