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PUNTO DE VISTA

La urgencia de Ayn Rand

Hay autores que han equivocado su tiempo. O, quizás, y dicho de mejor forma, son clásicos imperecederos y, cuando su impronta se hace manifiesta, en esta o aquella época, en la suya o en la nuestra, quisiéramos que compartieran nuestro propio sentido de la historia. Tanto nos gustaría que se aproximaran a nosotros, incluso al presente, que les invitaríamos a salir del oscuro lugar en el que se encuentran para que su luz nos guíe. Por ejemplo, muy de mañana, uno se levanta con la noticia de que los escolares catalanes, y en no menor medida sus profesores, estaban siendo sometidos a un "espionaje de patio" -así es como ha sido definido en determinados medios-, con el cual se intentaba comprobar el uso de la lengua identitaria entre los más pequeños y los adultos que les atienden. A tal propósito, según los diarios, han dedicado una gran cantidad de dinero público. La Plataforma per la Llengua, al mando de la cuñadísima de Quim Torra, Rut Carandell, la 007 de la Generalitat con licencia para censurar, es la encargada de ejecutar la medida, aunque en ningún momento se ha informado sobre la verdadera naturaleza de su tarea.

Por ello, esos autores a los que hacía referencia en un principio son urgentes para la comprensión y el restablecimiento de una racionalidad que parece desvanecerse en el horizonte. Un hilo argumental que razone, incluya y hasta dé aviso de una salida a la problemática. Una de esas escritoras que se han convertido en recurrentes y que, en más de un sentido, ofrecen las respuestas a las preguntas que lanza la realidad española, es la norteamericana Ayn Rand. Uno no ignora que la pluma que hay detrás de Himno (1938) o El manantial (1943) no goza de buena fama entre la progresía irredenta y que, inclusive, ha sido objeto de desprestigio por su estrecha vinculación con el movimiento liberal en EE UU, pero lo escrito en aquellos libros no sólo explica lo que se vive en Cataluña, sino que anticipa lo que pudiera ocurrir en un futuro próximo en aquel extremo de España si no se pone el remedio adecuado.

Ojalá Ayn Rand volviera al mundo de los vivos, porque lo que acontece en España le inspiraría para recobrar el pulso de su obra y las demandas incluidas en ella. El totalitarismo identitario del nacionalismo soberanista le recordaría lo experimentado en su infancia, aquello que narra tan magistralmente en las breves páginas de Himno. El protagonista, Igualdad 7-2521, podría ser cualquier niño catalán que, sabedor de que le espían en el patio de la escuela o en el interior del aula, se refugia en las hojas de un diario emancipador. Por si no lo saben, en Himno, el final es catártico, como en las películas de Hollywood, si bien no se barrunta igual término con la aventura independentista. No importa, la lectura del libro resulta balsámica sobre el desarrollo de las ansias de los inoculadores del odio y la intolerancia, especialmente en lo relativo al régimen que impondrían: "Somos todos en uno y uno en todos. No existen hombres sino el gran Nosotros, uno e indivisible para siempre". En este sentido, se haría bien en fomentar la distribución de la obrita de Rand entre los menores, y los que no lo son tanto. Así, pues, lo tengo más que claro. Uno de los primeros libros que pienso regalar a mi sobrino antes de que cumpla la mayoría de edad es, precisamente, Himno. Un opúsculo con reminiscencias distópicas, claramente influido por el ambiente totalitario de la Unión Soviética de los años 30 del siglo pasado. La autora logró salir de aquel infierno para luego plasmar sobre el papel el clima asfixiante del colectivismo estatal, aniquilador del yo y de la propia libertad. Y lo haré recordándole que el individuo es el sujeto de aquélla, la fuerza del talento y de la responsabilidad, la única que hace posible una existencia digna.

Juan Francisco Martín del Castillo. Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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