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OBSERVATORIO

Síntomas y causas del irracionalismo actual

Helen Pluckrose, la editora de la revista Areo y coautora junto con James A. Lindsay de A Manifesto Against the Enemies of Modernity, acaba de publicar un artículo en Letras Libres, la revista literaria mexicana que fundara Octavio Paz. En él defiende la tesis de que los intelectuales franceses que han impulsado la postmodernidad son los responsables de volver a la cultural irracional, tribal y premoderna que padecemos. Su tesis consiste en que todos esos intelectuales, oficialmente de izquierdas, han logrado socavar las ideas de la izquierda y han dejado desprotegido al mundo frente a las patologías que estamos presenciando. No es que hayan abandonado la vida social con un pensamiento que apenas nadie entiende, ni que hayan permitido que crezca la barbarie. Ellos la han producido. Nos sitúan en un mundo cuyos rasgos no se pueden distinguir del que prepara la extrema derecha. Son una amenaza no solo para la democracia, sino para la modernidad. Al destruir el proyecto moderno, preparan la reacción más irracional que podamos imaginar.

El punto fuerte de Pluckrose asegura que el pensamiento postmoderno rechaza la existencia de una realidad estable y de un conocimiento fiable de la misma. Este planteamiento parece significar para Pluckrose lo mismo que dejar de creer en la institución científico técnica que sostiene nuestro mundo. Para ella, al negar ese dispositivo científico-técnico, los posmodernos serían los padres de la postverdad. Ellos han levantado todos los tabúes respecto a lo permitido. Pluckrose reconoce que estamos ante las consecuencias del efecto Nietzsche. Si no quisiera ser malentendido, diría que para ella ahora comenzaríamos a enterarnos de lo que significaba que todo esté permitido. Todo es todo. Incluido escupir sobre la ciencia.

La ciencia se convierte así en el centro del argumento de Pluckrose. Al destruir a los portadores del proceso moderno, y sobre todo la ciencia, Pluckrose afirma que se da una nueva oportunidad a la emergencia de las supersticiones premodernas. Por ejemplo: al extender la opinión de que la teoría de la evolución no es sino un relato más, se induce a creer que no tiene menos autoridad o verosimilitud el relato del Génesis acerca de la creación del mundo en seis días. Nuestra autora cuenta un diálogo entre un científico y una filósofa postmoderna que hablaban acerca de si era un hecho que una hormiga es más pequeña que una jirafa. La filósofa contesta que eso es un dogma de fe de nuestra época. Esto parece sugerir que cualquiera que crea en la reencarnación tiene exactamente la misma carga de verdad.

Así se legitimaría creer en la brujería de las culturas indígenas y se aceptarían los modos de vida más primitivos como igual de lógicos, coherentes y racionales que los nuestros, porque estos juicios solo competen a los propios usuarios. Nadie más debe juzgar ahí. Hasta los movimientos antivacunas hay solo un paso, que también tiene a mano los que crean que el cambio climático es un bulo. Desde luego, esto puede ser usado a favor de políticas de todo tipo. Nadie puede ser acusado de esgrimir su voluntad de poder como le parezca, porque todos hacen lo mismo, ya que esta sería la única sustancia del mundo. Si se impone esta creencia, dice Pluckrose, es lógico que nadie debería cobrar por investigar, ya que su ciencia pasaría a ser una creencia propia de una comunidad local, como otra cualquiera. Los gobiernos no deberían financiar cosas tan particulares. Eso tendría otra consecuencia: si tienes poder, investiga lo que quieras.

La tesis final se la debemos a Kenan Malik, un autor anglo-indio que recibió el premio Orwell en el año 2010 y que es conocido por sus investigaciones sobre la biología, el racismo y la historia de la ciencia. El pasaje que cita Pluckrose habla de la teoría de los hechos alternativos. En su opinión, esta teoría fue utilizada por los radicales postmodernos. "No me refería a que Kellyanne Conway ni Steve Bannon, ni mucho menos Donald Trump, hubieran estado leyendo a Foucault y a Baudrillard... Más bien son sectores de la academia y de la izquierda quienes en décadas recientes han ayudado a crear una cultura en la que el relativismo de los hechos y el conocimiento no resulta algo problemático, y por lo mismo es más sencillo para la derecha reaccionaria no solo reapropiarse de ella, sino promover estas ideas reaccionarias". Por supuesto, habría ya muchos teólogos que han aprovechado este asalto a la razón para promover de nuevo un fideísmo radical. Otros hablan de un regreso a la Edad Media.

El artículo de Pluckrose parece algo exagerado, y sin embargo describe realidades y tendencias que no podemos ignorar. Dejando aparte otras cuestiones, puede que tenga razón en algo: que los intentos por relativizar la idea de sujeto, que han impulsado los héroes de la postmodernidad, han llevado paradójicamente a la irrupción de una cultura de la identidad más fuerte que la moderna. Desde Montaigne a Kant y a Freud el sujeto moderno podía estar seguro de los juicios matemáticos, pero no estaba muy seguro de sí mismo. La política de identidad actual no consiente ironías. Todo el mundo puede proclamar barbaridades, pero no se permiten réplicas. Este hecho tiene poderosos motivos específicamente filosóficos, que no suelen ser los mejores. Las nuevas identidades serían mucho más susceptibles de ser heridas, justo por ser elegidas por uno mismo, auténticas y libremente aceptadas. Desde luego, en el límite estas políticas de la identidad no permiten la construcción de una comunidad política común.

Aunque los síntomas son verdaderos, no creo que las causas sean los filósofos postmodernos. Estos relativizaron la ciencia, desde luego, pero no hicieron de ella un relato comparable al mito, indiferente respecto de cualquier otro sistema de creencias. Identificaron en la técnica el sentido originario de la ciencia y al servicio de determinados intereses. Por eso no aceptaron la autoridad de ese dispositivo. Mostraron que la ciencia no evoluciona sólo científicamente, como la técnica no responde sólo a sí misma. No discutían sus aportaciones concretas al mundo de la vida, pero sí su carácter directivo respecto a la existencia humana. Mostraron que dependía de dimensiones sociales contingentes relacionadas con el poder. El mismo despliegue acelerado de la ciencia y la técnica, que deja atrás todos los días sus propias verdades, muestra que también sus resultados lo son.

Sin embargo, esta dimensión crítica era consecuencia de la actitud ilustrada, no su rival. Refinaba la diferencia entre los métodos de la ciencia/técnica y su retórica más general, mucho más débil y problemática. Las consecuencias que han tenido estas perspectivas postmodernas sobre las ciencias humanas y sociales son de otra naturaleza más profunda. A pesar de todo, el hecho de que estos autores lleven desde el año 1968 siendo referencias mundiales testimonia que todavía se puede producir un cierto consenso. Por supuesto, tarde o temprano sus posiciones serán revisadas, pero no creo que eso implique una restauración de los ideales modernos tal como los defendieron los modernos. La modernidad es para mí una época definitiva, pero la retórica moderna no tiene salvación. Sin remisión está condenada. Por eso admiramos a Habermas, pero nos damos cuenta de que su retórica es insufrible.

Lo que pone en peligro las ciencias humanas y sociales es desconocer que trabajan con medios retóricos. Lo que sostiene a Foucault o Derrida es que sus retóricas fascinan. La causa de los síntomas que describe Pluckrose no está en ellos, sino en la corrupción del gusto, en la ignorancia respecto de toda retórica, en la brutalidad de la expresión, en la inmediatez de la autoafirmación. Y esto no es una consecuencia de sus refinadas obras. Es más bien consecuencia del olvido de que lo único que nos une en libertad es el uso de la retórica. Pues cada subjetividad singular tiene el poder de que la brutalidad nos separe. Quizá sea el único poder real que nos dejan.

José Luis Villacañas. Catedrático de Filosofía

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