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REFLEXIONES

Después del incendio

El ego es la patria. Esto era lo que sentía al leer algunas colaboraciones en la prensa insular en referencia a los incendios en Gran Canaria. En aquellos momentos fatídicos, me encontraba fuera del archipiélago, en la costa levantina, pasando el periodo estival. Cada noticia que me llegaba sobre la evolución del desastre ambiental sólo conseguía aumentar mi malestar, aunque no tanto como el desorbitado interés de determinados articulistas por hacerse oír. Como consecuencia, me impuse no escribir sobre el asunto, pese a que la presión fuera enorme en tal sentido.

Creí que, por mucho que el columnista viva de la oportunidad, bajo ninguna circunstancia debería ceder a la tentación, porque, en el fondo, pensaba que la tragedia trascendía cualquier palabra que se le pudiera dirigir. Incluso hubo una anécdota que me confirmó en lo acertado de la decisión. Estando de visita turística por el interior de la provincia de Castellón, concretamente, en Vilafamés y las gigantescas piedras que acogen la localidad, me ocurrió algo que, como canario, me llegó al alma. Al escuchar el acento del compañero de excursión, una señora se me acercó y, con verdadero sentimiento, afligida por la pérdida ambiental en el corazón de la isla, me mostró su solidaridad. En un primer momento, no supe cómo reaccionar ante el gesto de la desconocida, pero me hizo reflexionar.

Canarias es más grande que las rocas que la definen, más grande incluso que las personas que la habitan. Canarias es universal, un sentimiento compartido y aquella señora, quizás aragonesa, me abrió los ojos. Cuando esos articulistas de los que hablaba en un principio escribían como si las islas al completo fueran de su propiedad, como si el lector fuera un ignorante y no supiera lo que ocurría; cuando insultaban la inteligencia de las personas que religiosamente se desplazan al quiosco para adquirir el periódico; cuando, inclusive, se atrevían a decir qué era lo que debían hacer las autoridades para evitar futuros incendios, terminé por entender la lección de periodismo. En el Nazarín de Galdós, y sus palabras valen oro y no sólo para la literatura, hay una indicación muy precisa sobre el trabajo del periodista, de la cual no se puede escabullir ni tan siquiera el practicante del periodismo de opinión. Nos habla, expresamente, de los "periodistas de nuevo cuño", los "que persiguen el incendio, la bronca, el suicidio, el crimen cómico o trágico, el hundimiento de un edificio", para encontrar en la peor de las noticias la oportunidad de lucir su propio ego. Y eso si que no.

El quehacer del periodista, repito, incluso el del escritor de opinión, jamás debería situarse por encima de la noticia. Y mucho menos faltar al respeto al lector a través del despotismo del que se sabe privilegiado por contar con una tribuna en un diario. Por todo ello, no escribí sobre la mayor tragedia ambiental de Gran Canaria y, pasado el tiempo, me congratulo de aquella primera decisión. Sólo espero que se entienda la justificación de un íntimo proceder, el silencio moralmente impuesto cuando la realidad habla por sí sola.

Juan Francisco Martín del Castillo. Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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