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más allá del negrón

La identidad de Rosalía

Hubo un tiempo en el que daba igual de dónde fueras y de dónde vinieras. A lo sumo se establecían categorías peregrinas. Aldeano o de ciudad. De provincias o de Madrid. Montañés o llanito. Hoy, en cambio, vivimos obsesionados con catalogar a las personas. Como si no se pudiera vivir sin tener una etiqueta con la procedencia, un "made in...", una denominación de origen, un sello de autenticidad. Debe de ser cosa de la globalización. Nos sentimos perdidos en la inmensidad del globo y necesitados afirmar nuestra identidad. Identidad. Confieso que no soporto esa palabra. Un viejo amigo, ya fallecido y fumador empedernido, decía que la única bandera que se alegraba de ver era la de los estancos. A mí, la única identidad que no me inquieta es la del DNI, porque es personal e intransferible.

Viene esto a cuento de la polémica que se ha levantado en Estados Unidos con la cantante Rosalía. Han tenido que embadurnar la fulgurante ascensión de la chiquilla, convertida en estrella global, con un debate insustancial y bizantino. Resulta que no saben en qué carpeta, casilla o categoría deben archivarla. ¿Hispana? Pues no, porque en Estados Unidos la etiqueta hispano se creó en los 70 para designar a los procedentes de países de habla hispana -salvo España- para diferenciarlos de las categorías existentes: "Blanco", "negro" y "otros". De repente, el término hispano adquirió connotaciones negativas y se comenzó a utilizar "latino". Pero, claro, en puridad, latino es el procedente de los países que se hablan idiomas derivados del latín. Problema: Tendríamos que llamar latinos a los italianos y a los franceses. Hubo algún osado que se atrevió a considerarla europea. Fue abucheado. ¿Europea? ¿Cómo un alemán, un luxemburgués o un sueco? No hombre, no, lo que canta Rosalía está más cerca de Shakira -salvando las distancias- que de Ute Lemper, única cantante alemana que conozco. Será porque soy latino. A estas alturas, algún ingenuo se preguntará ¿y por qué no la calificamos de española? Al fin y al cabo, es de España. Asunto espinoso. Aún recuerdo la primera vez que viajé a Estados Unidos, en los 80 antes de que España fuera admitida en Europa. Cuando me preguntaban de dónde era, yo decía "spanish". Los más cultos -los que sabían que España no estaba al lado de Venezuela- me entendían, pero la mayoría, no. Pregunté a un amigo judío, neoyorquino de pura cepa, y me dijo que el término correcto era "spaniard", y que no esperara que nadie supiera lo que era. Así que opté por autoincluirme con los hispanos y conseguí una identidad. Por lo menos hablamos el mismo idioma.

Me cuentan que hoy muchos catalanes, cuando viajan, tampoco dicen que son españoles. Pero Rosalía lo tiene más crudo incluso en su propio país. Es barcelonesa, catalana y española. Canta en español y en sus canciones hay un claro aroma flamenco. Etiqueta al canto: "apropiacionista". Se la acusa de apropiación cultural, de adueñarse de las esencias gitanas. Como si la cultura fuera de alguien. Se olvidan de que la cultura no es de nadie. La cultura, por esencia, aspira a ser universal y, para serlo, es inevitable la mezcla con otras culturas. Ese mestizaje lo puso de relieve precisamente Rosalía en los últimos Goya cuando cantó el Me quedo contigo de Los Chunguitos acompañada por el Cor Jove de l'Orfeò Catalá. Rosalía ha alcanzado la universalidad. No necesita certificado de denominación de origen. Dejemos las etiquetas para los musicólogos. No ha robado nada a nadie. Si a usted le gusta, disfrute con ella. Escribo el día 8 de septiembre, día de Asturias, buena ocasión para proclamar que nuestra cultura, que no es solo nuestra, debe aspirar a la universalidad.

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