La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

reflexión

La razón analfabeta y otros milagros

La razón dispone de un amplio surtido de apellidos, como la razón histórica, o la razón biográfica, e inclusive la razón de la sinrazón. Sin embargo, el apellido que hoy cobra protagonismo es el de la razón analfabeta. Esta expresión fue empleada, por primera vez y sin ánimo de ser exhaustivo, por José Bergamín en uno de los artículos publicados en Cruz y Raya (el titulado "La decadencia del analfabetismo"). Con ella, quería venir a decir que el niño, y por el solo hecho de serlo, disfrutaba de una pureza en el pensar y en el obrar que, raramente, se conservaba con el paso de los años, tanto que se oponía a esa otra razón, la alfabeta o ilustrada, caracterizada por la pérdida de unas imágenes que en el infante forman casi una unidad cósmica. Claro está que para el poeta el niño representa un ideal de individuo casi utópico, en la larga estela dejada por el influjo del naturalismo de Rousseau. En lo sucesivo, y si no se indica lo contrario, haremos un uso paradójico, en ocasiones abiertamente contrapuesto, de la terminología de Bergamín.

A nuestro entender, la razón analfabeta, en el nuevo sentido de la expresión, es la que gobierna el mundo educativo en la actualidad. Son muchos los factores y experiencias de la realidad que nos llevan a tal conclusión. Pero, por sintetizar, se pueden ofrecer tres argumentos: el primero hace referencia al diseño curricular, el segundo a la práctica docente y el tercero, quizás el más evidente, a la pedagogía. Los currículos con los que cuenta la enseñanza son puestos en duda de manera constante en los últimos tiempos y, por si se olvidaba, existe una corriente que aboga claramente por su reducción, cuando no su completa supresión, como es el caso de una importante escuela catalana de innovación educativa. Defender el recorte de la carga curricular en todos los niveles, y con especial énfasis en secundaria o en el propio bachillerato, pretende ser uno de los pilares con los que se postula el moderno reformismo educativo. Según sus propuestas programáticas, la bajada en lo conceptual iría en beneficio de las tareas de aprendizaje del alumno, consiguiendo así que los índices de fracaso escolar se redujeran a unos mínimos más que deseables. A grandes rasgos, esta es la idea que bulle tras este movimiento. Desde nuestro punto de vista, esta reducción del diseño curricular es manifiesta en el plano real de la enseñanza, puesto que, en la actividad diaria de los profesores, el currículo oficial y el que se lleva al aula distan una enormidad, sobre todo, en determinadas materias o asignaturas, precisamente, las que encuentran mayor dificultad de asimilación por parte del alumnado. En fin, hay una abierta paradoja entre lo que persiguen las modernas tendencias y la realidad educativa, ya que, por un lado, se busca la rebaja del currículo y, por el otro, se constata la misma en el ejercicio docente.

En este primer nivel de análisis, resulta que la petición de reducción de la carga curricular no va dirigida a la realidad del aula, sino a lo puramente académico o, por mejor decir, a las instituciones. Es un intento, bien definido por otra parte, de esqueletizar la educación hasta unos extremos jamás vistos. Entonces, ¿cuál es el problema? El papel lo aguanta todo, como se suele decir, pero la enseñanza, no. Que un documento legal refleje esta o aquella rebaja en Matemáticas, pongamos por caso, tendría su importancia relativa como fruto de una actividad legislativa, pero la misma sería altamente lesiva en el magisterio de la materia y, sobre todo, en el progreso de los conocimientos del alumnado. Ha quedado más que demostrado en las pruebas de selectividad realizadas a lo largo y ancho de la geografía escolar. Por lo tanto, y termino de perfilar el primer argumento de los propuestos, la razón que está detrás de semejante movimiento de reducción de los currículos es la que anticipara Bergamín: el niño, con su razón analfabeta, para qué necesita de la aritmética o del análisis sintáctico. Duele saber que buena parte de la juventud -a más preparada de la historia, según algunas voces- es incapaz de solucionar los problemas de Matemáticas que deberían haber dado en clase, enfrentar los rigores de la Historia de España o interpretar los textos de Lengua o Inglés que les son presentados. Para la prensa en general, es un completo misterio, difundiéndose igual relato entre la opinión pública. No obstante, los profesores sabemos que no es un misterio lo de la educación en España, sino un milagro. Un milagro que se repite, día tras día, en las aulas de los centros escolares. Ya que, si la razón analfabeta impera entre los alumnos, por obra y gracia del discurso pedagógico de avanzadilla, qué se le puede exigir al docente en su ejercicio. Si el niño de Bergamín no necesita de palabras ("un abecedario en manos de un niño es más peligroso para su vida que el cartón de alfileres o que la caja de cerillas"), qué hace el profesional de Latín con las declinaciones o las formas sintácticas. Si no requiere de fórmulas ni conceptos, pues, sólo atiende a imágenes, a qué tanta preocupación con los perímetros de las figuras o los sistemas en Filosofía. Si no tiene más razón que la suya, la pura o analfabeta, para qué ilustrarse.

Este es el dilema en el que se debate la práctica docente en estos momentos, y no sólo en España. La razón analfabeta es la sepultura del magisterio, pero, como la sociedad lo demanda, se ha de convertir la vocación en un acompañamiento, es decir, el profesor ya no está para enseñar, sino para algo mucho más trivial, el orientar al alumno por una serie de conocimientos que se supone que por sí solo alcanzará. En pocas décadas, de continuar así, y como el infante de Bergamín razona únicamente a través de las dichosas imágenes, el docente será el mudito de los hermanos Marx que pasará un sinfín de películas en clase y, de cuando en cuando, quizás se atreva a abandonar el mutismo para entretener al personal con alguna que otra historieta de lo que fue la enseñanza en el pasado.

Sin embargo, dejo para el final el tercer milagro, el que funda un nuevo martirologio docente. A los profesores se nos pide, como a los santos, toda clase de providencias: dirección espiritual, asistencia social, apoyo psicológico y un largo etcétera, pero se nos hurta la esencia de nuestro trabajo por indicación de la moderna pedagogía. "Acompañar, pero no enseñar", esta es la consigna del delirio pedagógico que se vive en los colegios e institutos. Con la defensa de la razón analfabeta, la de que los alumnos saben incluso antes de saber, el ejercicio docente experimenta el final de sus días. Uno espera no verlo o, por lo menos, que se demore lo más posible, pero para ello es necesario que la razón vuelva al aula, a los currículos y también a los pedagogos. Tengo esperanza en los dos primeros, si bien sobre el tercero se cierne el peor de los interrogantes, porque, si de milagros hablamos, éste sería el más difícil de todos.

Juan Francisco Martín del Castillo. Doctor en Historia y profesor de Filosofía

Compartir el artículo

stats