Cuando estaban en el poder (Hermoso, el adanismo de la felicidad, Rivero y su Paulinato, Clavijo y su mochila nueva con arrogancias e indiferencias viejas) la verdad, yo simpatizaba sin exageraciones con los que no estaban en el poder, no por nada, sino porque llevaban cada vez más tiempo fuera, en la helada tundra de los perdedores, y se les estaba poniendo cara de cubito de hielo, y ahora que están estos, los hijos y nietos de los largamente desahuciados, seamos sinceros, compañeros y compañeras, la diferencia no es abrumadora, el hielo fundido enfanga el estanque de ranas y sapos felices, si acaso son un fisco más dogmáticos, no ideológicamente, por supuesto, porque la única ideología que sobrevive en el mercado electoral y en la posdemocracia tuitera es la del poder, si tienes el poder tienes la razón, o lo que lo mismo, tienes un montón de gente (empresarios, élites funcionariales, académicos, medios de comunicación) dispuestos a darte la razón y reproducirla simbólicamente, porque a muchos (y muchas) habrá que descuartizarlos para que renuncien a sus flamantes 3.000 o 4.000 euros mensuales, y porque solo están dispuestos a reconocer como virtudes fundamentales la lealtad -en el mejor de los casos- y el servilismo más rastrero, y no hacen falta muchos años para descubrir que no son los demás los que ya no pueden cambiar nada ni cambiarse a sí mismo, eres tú el que ya no cambias ni cambiarás nada, ya que la única manera que has encontrado para entender las cosas es tomar distancia, la única forma de evitar heridas letales, como compruebas después de haber muerto varias veces, es saludar escuetamente con la cabeza al extraño procurando no darle la espalda, la única prevención para articular argumentos críticos que no te los metan previa y amablemente por el recto, es admitir la soledad como una celda y un báculo, la posición excéntrica es siempre la posición epistemológicamente privilegiada, en verdad les digo que no me gustan ustedes, ni los otros tampoco, ni ninguno de los roñosos circos de pulgas montados en el zoco parlamentario, ni los que deberían arder en las tertulias toda la eternidad porque no saben ni quieren callar, ni los que piensan en los pobres, en los ricos o los pingüinos ni en los justos de corazón que te redimen a través del insulto persecutorio, y mientras llega la felicidad suprema, que como todo el mundo sabe consiste en no escribir, no leer y no pagar cuentas, pienso en lo mismo, en desconfiar con asco entusiasta de la superficie coloreada de las cosas, de las novedades y de los cambios, y sobre todo, de los buenos sentimientos y de las emociones liberadoras, y entonces, frente a la tele que transmite uno de los tumultos de Barcelona, recuerdo ese poema de Pier Paolo Pasolini: "Tienen cara de hijos de papá./ Buena raza no miente./Tienen el mismo ojo malo./ Son miedosos, inciertos, desesperados/ (muy bien) aunque también saben cómo ser/ prepotentes, vengativos y seguros:/ prerrogativas pequeñoburguesas, amigos./ Cuando ayer en Valle Giula se liaron a hostias/con los maderos,/ yo simpatizaba con los maderos". ¿Cómo no te iban a matar, camarada? ¿Cómo no ibas a terminar destrozado en el suelo en una madrugada cualquiera, pisoteada tu lucidez como si fuera tu cuerpo y viceversa?