Manuel Vázquez Montalbán dejó escrito que los dioses se han marchado, pero que nos queda la televisión. Aquí la televisión autonómica casi ha desaparecido, pero nos queda Paco Moreno. Desde hace años existe un consenso generalizado en considerar que Francisco Moreno fue el mejor director que ha tenido la televisión autonómica canaria. Es poco discutible. Además de conocer particularmente bien el medio televisivo y haber demostrado sus aptitudes como gestor, Moreno practica casi afanosamente una bonhomía permanente y promociona siempre el rigor, la tensión creativa y el trabajo de equipo. Le espeluznan los enfrentamientos y las broncas. Prefiere el diálogo y la negociación. Se acerca peligrosamente a ser buena persona, es más, lo es cuando no corre el riesgo de que la arranquen la cabeza. Pero muy probablemente todo eso -incluido su testarudo entusiasmo- no será suficiente.

Con su característica prudencia Moreno ha comentado, tras su nombramiento como administrador único de RTVC, que no entra ni sale en la definición del modelo de gestión de la corporación audiovisual, sobre si se mantiene la participación privada o se opta porque todo -incluyendo obviamente los servicios informativos- sea asumido públicamente. Es realmente sorprendente. ¿Cómo puede un directivo -y su equipo- trazar una estrategia programática, económica y comercial sin aclarar previamente el modelo de gestión de la cadena? Ese es precisamente el centro estructural de la actual agonía del medio y no otro. Es lo que se debe dilucidar y consensuar prioritariamente, y no un asunto postergable del que se encargarán las personas adultas -llamables diputados- en un futuro indeterminado, cuando sus señorías lo tengan a bien. Tal vez alguien debería decir alguna vez por qué esta deliberada, cínica indefinición les viene bien a los grupos parlamentarios (salvo a Ciudadanos).

Todas las televisiones autonómicas han visto caer su audiencia bastante estrepitosamente. En el pasado año de 2018 recaudaron unos 102 millones de euros, es decir, un descenso del 10,5% respecto a 2017. La audiencia no remonta y su cuota de pantalla conjunta apenas llega al 8,2%. La media de la tele canaria en el mes de octubre que ahora acaba ha sido de un 4,3%. Es imposible enterarse de lo que ocurre en la sociedad canaria -salvo en caso de incendio, apagón eléctrico, romería ancestral o cultos marianos- teniendo como referencia informativa a la TVC. Nunca fui un entusiasta de la televisión autonómica como instrumento de comunicación; siempre descreí de su capacidad de arrastre para estimular la industria audiovisual de Canarias, que no es lo mismo que el indecente pastón que se embolsa algún productor vespertino anualmente. No comprendo que, si no hay diarios de titularidad pública, deban existir televisiones estatales. El disparatado modelo de gestión ha arruinado el proyecto, lo ha vaciado de inteligencia profesional y autonomía y ha carcomido su credibilidad. Alguna vez, en alguna triste cafetería, he visto las mañanitas de la tele canaria, con los mismos opinadores, siempre los mismos todólogos chichisbeantes moliendo los últimos gramos de su narcisismo, hasta que alguien pulsa el botón en el mando y se pasa, con un suspiro, a otra cosa.