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AL AZAR

La enésima ejecución de Al Bagdadi

El terrorista del ISIS se dispone a rebanarle el pescuezo a un cautivo cristiano, ante las cámaras exigentes del servicio de propaganda del Estado Islámico. Antes de proceder al degüello, se somete a una esmerada sesión de maquillaje. Nada debe dejarse al azar. Empuña el cuchillo y pregunta si el encuadre es correcto. Decenas de jóvenes suburbiales europeos se dejarán seducir por la prestancia de los verdugos islamistas, hasta el punto de migrar jubilosos desde Francia, Gran Bretaña o España sin apenas una introducción a las doctrinas musulmanas.

Estados Unidos ha vuelto a matar a Abu Bakr al Bagdadi. La ejecución del padre del ISIS es una ceremonia tan reiterada que los espectadores se preguntan si es el mismo predicador en negro absoluto de costumbre. Sadam no toleraba el terrorismo islámico disolvente que Bush le acusaba de albergar. Sin embargo, la torpe eliminación del tirano iraquí no solo volatilizó un país, también propició el anhelado desembarco de las bombas indiscriminadas en Bagdad y provincias.

Antes de Al Bagdadi fue el sirio Al Zarqawi, que adaptó las técnicas asesinas de Al Qaeda a la revuelta urbana. El precursor de todos ellos es el saudí Osama bin Laden, sustituido al frente de la organización por el médico egipcio Al Zawahiri. Este último, encarcelado tras el asesinato del presidente Sadat, es el único superviviente de los líderes terroristas citados en este párrafo, un detalle biográfico que sus colegas atribuirían a su cobardía. El presidente Bush guardaba las efigies de todos ellos en un cajón de su buró del Despacho Oval, debajo del revólver de Sadam. Tras cada eliminación, el líder Republicano que confundió Pakistán con Afganistán o Irán con Irak procedía premioso a tachar el rostro correspondiente.

En honor de quienes imaginan un islamismo de violencia indiscriminada al margen de sus siglas sucesivas, conviene recordar que los talibanes que hoy negocian con Estados Unidos en Catar fueron superados en violencia por Al Qaeda, que es una organización caritativa por comparación con el ISIS. Convendría aportar algún ejemplo. Cuando sus lugartenientes plantean a Bin Laden los objetivos del futuro 11S, incluyen una central nuclear estadounidense entre las dianas a golpear por aviones comerciales convertidos en misiles tras ser secuestrados con simples cuchillos. El magnate saudí prohibió traspasar esta línea roja. La atrocidad tenía un límite, aunque Al Qaeda dispusiera de un dirigente especializado en la adquisición de material radiactivo, preso hoy en Nueva York después de ser detenido en Alemania tras una escala en España.

Las reticencias de Al Qaeda provocaron que Al Bagdadi tildara de blandos a sus predecesores. El guardián de ISIS no se hubiera amilanado ante la idea de golpear unas instalaciones atómicas, pese a que sus matanzas nunca alcanzaron la devastación de los tres grandes atentados bendecidos por Bin Laden en Nueva York, Bali y Madrid. De ahí que el venezolano propalestino Carlos el Chacal anuncie, desde su prisión francesa a perpetuidad, que solo es cuestión de tiempo antes de que un cartel terrorista redondee su armamento con material radiactivo. En las escuelas gobernadas por el ISIS, estaba prohibido utilizar el signo de más en las sumas, para evitar la confusión con una cruz. Pese a los rasgos extremistas, Al Bagdadi fue más que un asesino en serie. Creó una entidad estatal inesperada, alcanzó a controlar una superficie superior a la mitad de España. Dominaba las redes sociales, un trampolín inesperado para recuperar la Edad de Piedra. En la hora de la desaparición definitiva del terrorista, el corajudo Trump destacó: "Ha muerto gimoteando, como un cobarde". Esta descalificación presupone que los líderes terroristas poseen una valentía especial, pero a Bin Laden le asaltaban repentinos retortijones a la hora de entrar en combate, que retrasaban su posición y su riesgo.

El cetro de los sucesivos terroristas islámicos es el kaláshnikov, que los narcos mexicanos llaman "cuernos de chivo". Con este báculo al costado, Al Bagdadi compitió en sanguinario con Napoleón, desde una ansiedad equivalente por consolidar su imperio del orden público. Bajo el escudriñamiento omnipotente de Estados Unidos, resulta prodigioso que el terrorista sobreviviera tantos años, desarrollando una gestión en situación agónica que Harvard aplaudiría.

En esta guerra sin reglas ni mapas, los forajidos islamistas son ejecutados con los mismos métodos que popularizaron, tras convertir a Europa en un arrabal del Lejano Oeste. El riesgo de un proceso en condiciones de Al Bagdadi provocaba los mismos escalofríos que la hipótesis de que Bin Laden fuera juzgado en Manhattan con todas las garantías. La historia no ha acabado. Entre bastidores, otro hijo vengativo de un fallecido en la liberación a muerte de Irak vela sus armas, y lleva a cabo el rodaje de ISIS II.

Matías Vallés. Periodista

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