Parece mentira que no conozcamos todavía a Pedro Sánchez. Lo que anteayer parecía imposible es capaz de convertirlo hoy en un juego de niños. Pero también es verdad que para dar en la tecla del personaje es primordial no hacer caso de lo que dice, dependiendo de cómo lo dice y en el momento en que lo hace. Por ejemplo, si Sánchez comenta que no podría dormir tranquilo con Podemos en el Gobierno, hay que pensar inmediatamente que eso es precisamente algo que no tendría inconveniente en hacer en función de su oportunidad y del interés.
Estoy convencido de que si nuestro ecléctico todavía presidente en funciones, aventajado discípulo del grouchomarxismo de Sopa de ganso -"estos son mis principios, si no le gustan tengo otros"- , tuviese que asociarse con Vox para poder seguir otros cuatro años en la Moncloa no renunciaría a esa posibilidad. Ya se encargarían él o su gabinete de fontanería de blanquear el Alien para hacer creer a los españoles que el partido de Abascal no es exactamente una amenaza involucionista sino Blancanieves y los siete enanitos. Del mismo modo que blanquearán a ERC para lograr un acuerdo de investidura.
Sánchez ha alcanzado en 48 horas con Iglesias el preacuerdo para formar Gobierno que se obstinó en rechazar durante seis meses. Muchos ciudadanos, en medio de tantas incógnitas, estarán preguntándose por qué no se entendieron antes de convocar unas nuevas elecciones y ahorraron molestias, tiempo y dinero al erario. Además de ahorrarnos la crecida de Vox.
Nos espera precariedad y un Gobierno precario.
