Del 28-A al 10-N lo único que ha cambiado en el panorama político es la magnitud de los desafíos. Los bandos conservador y progresista mantienen una milimétrica simetría porcentual. Los resultados exigen la misma gimnasia de cintura, o un poco más, que hace seis meses. Pero aumentaron las amenazas internacionales, nacionales y regionales. La izquierda se pone en marcha para el desbloqueo. Queda mucho por andar y algún riesgo: que en vez de un gobierno haya dos en lo ideológico y seis en lo territorial. Los problemas de las agendas de los catalanes y los vascos, cuyos partidos soberanistas e independentistas son decisivos para el pacto nacional, tienen tanta importancia como los de los canarios. Canarias, con sus dos diputados nacionalistas de CC y NC, reivindica su fuero y su diversidad territorial recogida en el nuevo Estatuto de Autonomía, que, en su primer aniversario, no está de más recordar que contó con una amplia mayoría en las Cortes. Una reforma, además, complementada con un nuevo Régimen Económico y Fiscal (REF) que quedó anclado en el texto estatutario y que se desligó del sistema de financiación autonómica.

En su todavía corto rodaje, el socialista Pedro Sánchez ha dejado pruebas de su sentido de la oportunidad y su determinación para aprovechar cualquier resquicio. Intentó adueñarse de los votos de un Ciudadanos en descomposición y endureció durante la campaña su discurso contra los independentistas y contra Podemos, los grupos a los que ahora necesita recurrir para completar el camino elegido hacia La Moncloa. La apuesta del PSOE era reforzar su mayoría y mandar en solitario, con una geometría de apoyos variable. Las urnas lo impidieron.

Habrá que estar muy pendientes de la letra pequeña del acuerdo exprés con Podemos y de los compañeros de viaje. De momento Pedro Sánchez ha convertido a Pablo Iglesias, aun perdiendo escaños, en uno de los ganadores de las elecciones. Tocan los morados a la puerta del poder en condiciones de exigir, después de haber resistido el pulso socialista y los desgarros internos. La de PSOE y Podemos ha sido hasta ahora una lucha a dentelladas por el mismo espacio para engullir al rival. Hasta la estampa del abrazo de esta semana. Imposible saber si sincero.

¿Cómo la ciudadanía va a entender la política con sus frenéticos vaivenes? No resulta fácil revestir de coherencia los ejercicios exagerados de funambulismo, ni desdecirse con naturalidad de lo que se proclamó firmemente hace tres semanas. Un estilo cambiante tiene pocas explicaciones solventes y quien tome a los electores por idiotas cava su tumba porque los giros caprichosos y los vetos incomprensibles acaban minando el principal activo de un dirigente, su credibilidad. La variabilidad, el desconcierto y la imprevisibilidad tienen límites ante un electorado que ansía todo lo contrario: estabilidad, certezas y compostura.

Canarias necesita que se empiecen a despejar incógnitas esenciales para su futuro. Crear empleo constituye la mayor preocupación de los isleños. No dejan de amontonarse las cuestiones que exigen a la Administración ponerse inmediatamente en marcha: la quiebra de Thomas Cook, la pérdida de conectividad, la crisis en Alemania, la concentración de compañías aéreas o la financiación autonómica que permita sostener unos buenos servicios públicos. El Archipiélago goza de unas condiciones climáticas envidiables para ser competitivo frente a otros destinos turísticos, pero tampoco es menos cierto que su condición insular, como ha quedado demostrado históricamente, lo convierte en un territorio vulnerable, sensible a los grandes cambios que se producen en el tejido económico, social y político del continente. Necesita, por tanto, cimentar nuevas estructuras para paliar su lejanía y para abrirse a los sectores de la nueva economía, con especial atención a nichos en los que las Islas son ya un referente internacional, como es la astrofísica.

La mejora del sistema productivo debe ser uno de los objetivos de la agenda canaria ante el nuevo escenario de gobernabilidad nacional, puesto que la generación de riqueza y su justa distribución deben ser prioritarias para darle el verdadero carácter social que pretende el ejecutivo de Ángel Víctor Torres para su primer presupuesto. Canarias no debe abusar del recurso de los subsidios, con unas cuentas hinchadas con el gasto no financiero, como ocurre con los 211 millones de euros del ejercicio del próximo año. Los ingresos, por el contrario, menguan y se justifica así una revisión fiscal.

Por si fuera poco, está cada vez más próxima la posibilidad de un brexit a la tremenda. La guerra comercial empieza a afectar a la llegada de visitantes y a las exportaciones. Las instituciones padecen desgate democrático. La paga extra del próximo mes ahondará el pozo de las pensiones. El turismo se enfría. La cruda realidad no admite esperas. La llegada de alguna inversión emblemática, de proyectos de futuro, como se está viendo en hoteles y parques de ocio, así como en proyectos de energías renovables, siempre pendientes de Chira-Soria, ayuda a refrendar con hechos el necesario mensaje de optimismo que el nuevo presidente de Canarias pretende hacer calar en la sociedad.

La democracia española no es cuestión de votar y votar, sino de calidad política y altura de miras. De mecanismos de control y rendición de cuentas. El aumento de la abstención vuelve a evidenciar el hartazgo, una bomba de relojería que polariza las posiciones y aleja la tribuna del sosiego. Pactar exige elegir socios y saltar muros, aunque no de cualquier forma. Ni a cualquier precio. De nada sirven los gobiernos que duran poco porque tienen los cimientos de barro o porque los han construido con multitud de agujeros llenándose de peajes.

La gran consecución de estas décadas ha sido una España liberal e igualitaria. Unir al extremismo ideológico creciente la tensión disgregadora fomentada por los intereses privativos de cada tribu solo puede conducir al empobrecimiento y la discordia. No hubo prisa desde abril por gobernar. Si una alocada subasta es ahora la solución a la parsimonia, el resultado va a ser peor que la parálisis.