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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Xi Jinping compra el Teide

Marx pensó más en la Inglaterra industrial como contexto de la revolución comunista, pero ocurrió en la Rusia de los zares. Al coautor de 'El Capital' también le hubiese parecido impensable que la China de Mao arraigase en una época de derechos democráticos y, lo que es más, se convirtiese en una potencia temida en el planeta, respetada y con una influencia determinante en el devenir económico del mundo. Esta convergencia de factores permite a su líder supremo de por vida -se puede presentar a la reelección del órgano máximo del Partido todas las veces que quiera- pasearse por el Teide sin que pueda ser detenido por la policía de una potencia democrática, tras una denuncia por vulnerar los derechos humanos. Xi Jinping, secretario del Comité Central y presidente chino, es omnipotente, y cualquier autoridad del orbe civilizado está obligada a abrirle la valla fronteriza o a permitir el aterrizaje de su avión presidencial. España, Canarias, no iba a ser menos.

Capitalismo rojo o de Estado son los nombres con los que conoce la transformación de China, cuyos tentáculos se extienden por Indonesia, África y América Latina en una especie de neocolonialismo, cuyo principio básico es coordinar la implantación en el lugar con la satisfacción de la necesidad más urgente de su gente, ya sea un puente, un hospital o una autovía de última generación. Una expansión que no lo lleva a descuidar otras estrategias: los comunistas chinos trabajan en una ruta de la seda que uniría a 70 países de Eurasia, o bien la compra a mansalva de deuda o la aparición puntual con inversiones millonarias en el sector inmobiliario o turístico, como ha ocurrido recientemente con la marca del turoperador turístico Thomas Cook. Un enjambre que tiene su picota más alta en la guerra comercial que mantiene con Estados

Unidos, con Huawei por medio, preámbulo de la del 5G. Xi Jinping, como consecuencia de todo ello, está ahora mismo en condiciones de comprar el Teide, o lo que le venga bien para calmar las ansias de la interminable lista de miembros del Comité. Y todo ello, claro está, como representante máximo de una dictadura a la que nadie le rechista, como sí sucede con Venezuela o Cuba, sin ir más lejos.

La República de China, también acosada por los casos de corrupción de su clase dirigente y familiares (el líder supremo se ha puesto como reto la purga sistemática contra los desaprensivos), lucha contra su alta contaminación con un plan megambicioso de uso de energías alternativas y de plantación de árboles para frenar la subida de temperaturas por el cambio climático. Con el mismo ímpetu afronta la represión contra cualquier movimiento crítico estudiantil, veta la información en redes y recuerda (para neutralizar cualquier rebelión) la masacre de 1989 en la plaza de Tiananmén. ¿Para qué la libertad si todos vivimos bien? Los comunistas chinos han llevado a su país a unas cotas jamás soñadas, tanto que es posible -como ocurría con los marxistas y también con los anarquistas- que vean la consagración de los derechos como una aspiración de los burgueses. Ellos, así lo dicen los principios bajo los que está Xi Jinping, trabajan por el bien común del pueblo, y todos estarán en el paraíso con el avance de la vanguardia. Por lo pronto, sólo está un grupo de elegidos.

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