Coincidiendo con la celebración cada 25 de noviembre del Día Internacional contra la Violencia de Género, todos los años suelen ver la luz informes provenientes de las más diversas instituciones que constatan una circunstancia muchísimo más habitual de lo que nadie pudiera imaginar. Por increíble y anacrónica que parezca, la triste realidad es que el modelo adoptado por un considerable número de hombres y mujeres a la hora de establecer sus vínculos afectivos apenas ha evolucionado desde la caverna. Los demostrables avances femeninos en materias de toda índole se dan de bruces con unas estadísticas que ponen de manifiesto la reproducción de unos roles tradicionales que asocian a las hembras con la complacencia y a los varones con la protección.

De los últimos estudios sobre este alarmante fenómeno se desprende que continúan calcándose los estereotipos que otorgan a los chicos determinados rasgos como la valentía y la agresividad y a las chicas otros como la ternura y la comprensión. Así, ocho de cada diez encuestados opinan que ellas están llamadas a complacer a sus novios mientras que éstos han de asumir la misión de protegerlas. Asimismo, sorprende muy negativamente la vinculación lógica que establecen entre amor y celos, o la aceptación tácita de prácticas tan rechazables como la revisión de los mensajes de móvil o la prohibición de utilizar determinadas prendas de vestir. Y preocupa esta visión tan sesgada porque, mediante una simple asociación de ideas, algunas mujeres encontrarían naturales y aceptables las manifestaciones violentas de su pareja y tenderían a justificarlas y hasta a comprenderlas.

Es espeluznante comprobar cómo las adolescentes de las sociedades occidentales viven bajo una falsa apariencia de igualdad, que reside en hechos tan puntuales como la posibilidad de fumar y beber alcohol en la misma medida que sus compañeros, o de mantener relaciones sexuales tempranas sin las limitaciones de antaño, o de frecuentar idénticos ambientes hasta altas horas de la madrugada. Sin embargo, es con el desempeño de la actividad profesional llamando a sus puertas cuando comprueban por desgracia la brecha todavía tan notable que las separa de la mitad masculina de la población. De hecho, centrándonos en el ámbito de la conciliación familiar y laboral, y pese a que el noventa por ciento contesta sobre el papel que las tareas del hogar deben repartirse entre todos sus miembros, el mismo porcentaje reconoce que es una fémina quien se encarga de estas cuestiones, mientras que el resto de la familia, en el mejor de los casos, tan solo "ayuda".

A la hora de encontrar explicaciones a estos comportamientos tan recurrentes, y sin olvidar el innegable e imprescindible peso específico de la labor educativa ejercida por padres y profesores, se torna urgente actuar individual y socialmente contra dos actuales enemigos muy poderosos: la televisión e Internet. La influencia perversa que, tanto las series como los vídeos musicales ejercen sobre los chavales, neutraliza cualquier esfuerzo dialéctico que se realice para combatir esta actual deriva juvenil. Tanto los guiones de las primeras como las letras y las imágenes de los segundos fomentan el mantenimiento de arquetipos machistas y reflejan patrones mentales que cualquier individuo con dos dedos de frente rechazaría de plano, transmitiendo unos modelos extremadamente alejados de lo que debería ser una relación basada en el respeto y en la igualdad. A mi juicio, mientras se siga normalizando la emisión de determinados programas televisivos y las megaestrellas de la música se sirvan de videoclips plagados de connotaciones sexuales para permanecer en el candelero, esta será una batalla perdida. Mientras tanto, la siniestra lista de cadáveres irá aumentando en tanto en cuanto no se aborde el escalofriante fenómeno desde su raíz, que no es otra que la todavía vigente desigualdad de fondo entre hombres y mujeres en nuestra sociedad. A todas las víctimas de la violencia de género elevo mi pensamiento más sentido. El 25 de noviembre y siempre.

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