Cuando los partidos políticos descubrieron que a la militancia se le podía consultar cualquier cosa sin riesgo para sus dirigentes se consolidó para siempre la democracia interna. Es muy fácil: basta con una propuesta binaria bien embadurnada en la propia propaganda de la organización. "Quieres o no quieres que pactemos un Gobierno progresista con Unidas Podemos" o algo por el estilo. Algo que podría haberse preguntado antes de que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firmaran un preacuerdo con abrazo incluido frente a las cámaras de televisión. Primero pierdes conjuntamente más de 1.400.000 votos, después rubricas un acuerdo que calificas como "histórico" y finalmente le preguntas a la peña que qué les parece mientras continúas negociando ministerios, direcciones generales y políticas públicas. Y, sin embargo, ¿cómo no iban a votar a favor del acuerdo los militantes socialistas? Cabe deducir que el respaldo se dividió entre una mayoría que votó por su iglesia, que es la única entera y verdadera, y una minoría que sabe que unas nuevas elecciones destruirían al PSOE.

Escucho y leo a mucha gente que la situación es mala, pero que de lo malo puede salir lo mejor y lo mejor es que la necesidad política y parlamentaria impone un diálogo con el independentismo catalán. Ocurren, sin embargo, dos cosas, a) ERC no quiere dialogar sobre la naturaleza conflictual de la democracia representativa según Raymond Aron o Berto Romero, sino sobre la apertura de un proceso de independencia, que pasa por la convocatoria de un referéndum; y b) sin duda se puede y se debe hablar de todo, pero negociar cronogramas y procedimientos legales bajo la condición de que me permitas seguir negociando es algo distinto. Pero de eso se trata precisamente: ERC no está negociando con un Gobierno, sino sobre un Gobierno. Está planteando sus exigencias para apoyar directa o indirectamente la investidura presidencial y que el Gobierno pueda existir. Cuando tienes un interés existencial en el acuerdo con el negociador que se sienta delante la situación está a dos pasos del chantaje, porque aunque el otro se juegue mucho, no tiene tanto que perder como tú.

Los de ERC piden una mesa y no están dispuestos a que sea de IKEA. La quieren grande, donde quepa, a ver si nos entendemos, un Estado entero despiezado. Una mesa de negociación entre el Gobierno catalán y el Gobierno español - para nada esa cosa oficialista y anacrónica que era la comisión entre ambas administraciones- y otro espacio donde puedan hablar de sus cosas los partidos políticos. No es necesario que tales instancias consigan la independencia de Cataluña en un par de años, ni siquiera que se autorice un referéndum en ese periodo. Basta con que se legitime formalmente la existencia de un proceso abierto, reconocido por ambas partes, con el objetivo de que los independentistas catalanes consigan un Estado propio. Nadie sensato debería alimentar una coyuntura tan implosiva como esa. Pero es que no hay nadie sensato en ninguno de los cuatro grandes partidos democráticos españoles. Nadie.