La próxima semana se constituye el Congreso de los Diputados salido de las elecciones generales del pasado día 10 y casi todas las fuerzas políticas se han pronunciado sobre sus preferencias o, al menos, han reunido sus direcciones para definir las mismas. Por supuesto, Coalición Canaria no está entre ellas. CC ha reunido al llamado comité permanente, el cogollo del bollo de su frangollo, su politburó de mar y montaña, la almendra garrapiñada de su dirección, pero no hay fecha aún para el Consejo Político Nacional, que es el máximo órgano entre congresos y a quien corresponde cualquier decisión estratégica. Y no es desidia, sino la hortofrutícola cultura interna del partido, que consiste en esperar a que la fruta madure y caiga. ¿Y cómo madura? Pues trenzando un acuerdo entre los dirigentes de una fuerza política tan oligarquizada como es CC, de forma que, cuando llega el momento ritual de votar la decisión, la decisión está ya tomada.

Así han funcionado las cosas durante lustros. Coalición es mucho más que sus dirigentes y cargos públicos: es un partido con miles de militantes y decenas de miles de votantes. Pero es una organización política secuestrada desde siempre por una dirección que se autorreproduce a través de un proceso de cooptación sin tapujos, y que jamás ha querido saber nada de democracia interna ni de empoderamiento de la militancia. Ha ocurrido, sin embargo, un pequeño incidente: CC ha sido desalojada -a menudo después de muchos años de gestión- del Gobierno, de los cabildos insulares y de numerosos ayuntamientos. Las maquinarias políticas como CC -oligarquización de la dirección, cooptación, escasa o nula democracia procedimental, liderazgos incuestionables- funcionan más o menos razonablemente cuando se mantienen en el poder. El poder político permite premiar lealtades, cohesionar equipos, castigar traiciones, incluida la alta traición de pensar por tu cuenta. La conmoción de las bases coalicioneras por el resultado electoral del pasado mayo, la desmovilización tradicional de una militancia abúlica, los rumores interesados de una inminente -e irreal- crisis en el Gobierno autónomo han paralizado cualquier conato de crítica, y es lo que permite al comité permanente arrogarse análisis y decisiones que en puridad no le corresponden y que no deberían hurtarse, por enésima vez, a los afiliados.

En Tenerife, y espoleado por el expresidente Fernando Clavijo, se está montando un movimiento de crítica y rechazo al secretario general, José Miguel Barragán, que se ha empecinado en llevar al próximo mayo el Congreso Nacional. Clavijo lo quería en marzo como muy tarde, porque necesita ser investido supremo líder -pista de despegue de su candidatura presidencial en 2023- cuanto antes. En el nuevo y estiloso dialecto clavijista, Barragán es un traidor y Tenerife debe reclamar lo que es suyo, es decir, Clavijo como mencey incontestable. Por pura supervivencia como proyecto político, las mujeres y hombres de CC deberían acabar con esta conspiración de opereta y mojo cilantro. Primero decidiendo el voto de Ana Oramas. Segundo reclamando debate programático y democracia interna como bases para una refundación del partido. Y tercero indicándole a media docena de dirigentes que su tiempo ya pasó y que si a veces un líder debe sacrificarse por su partido, un partido no debe ser nunca sacrificado por un líder. Esté o no investigado judicialmente.