La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

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Javier Durán

Grito de guerra

Viene a ser un síntoma de cimentación extrema e inalterable que la última agresión machista se produzca, precisamente, en el campo de fútbol La Pared, que es como la superficie donde todas las crismas se rompen intentando demoler la fuerza bruta del macho asesino. En Fuerteventura, allí, un tipo con una capucha siniestra se lanza contra una joven de 16 años, jueza de línea, para arengar con su grito de guerra: "Como te pille fuera, te violo". Se juega el encuentro entre el Chilegua y la UD Jandía y, en medio de la tensión, el sujeto se acerca al filo de la grada para intimidar a la colegiada, que, al parecer, acaba de intervenir en una revuelta entre jugadores. La actuación del energúmeno demuestra, por un lado, que el mejor castigo para su escala de valores debe ser la violación y que, además, no le importa verbalizar su ultraviolencia ante otras personas, aunque constituya un delito. Y, por otro lado, que la amenaza se produce en el contexto futbolístico, especie de coto cerrado donde circulan comportamientos condenables en el mundo que lo circunda, pero que allí son vistos con una normalidad pasmosa, por no decir ritual. Los jugadores del partido mandaron callar al exaltado y violador en potencia, es verdad, pero habrá que ver cómo afrontan su rabia vecinos, camarillas, colegas, el bar de la esquina, el lugar de trabajo o la tienda donde compra. Me temo, ojalá me equivoque, que se esparcirán disculpas y será motivo de broma la arrancada insólita que tuvo. Incluso, hasta puede que la joven árbitro tenga ahora que salir a la calle con gafas de sol y con el rostro semioculto, mientras él aún puede demostrar su superioridad en libertad, sin que a ningún estamento judicial se le arrugue el rictus por la amenaza proferida. Los políticos deberían tener grabado su repertorio de condenas para lanzarlas al viento cada vez que el machismo se exhibe brutalmente, como una letanía. Pero está claro que la pared sólo se cae abajo con una ejemplaridad que no permita marcharse a su casa, a su jergón, a señores como el de la capucha. Lo demás es permitir el grito de guerra.

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