La Provincia - Diario de Las Palmas

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tropezones

Breverías 70

Los justificados elogios de las gestas de nuestro tenista Rafael Nadal corren últimamente cierto peligro de estar reñidos con la objetividad. No hace mucho, en un partido entre Nadal y el "chico malo" del tenis actual, Nick Kyrgios, se dio un lance en el que el jugador australiano soltó un raquetazo, desde unos 8m, al cuerpo de Nadal, que se encontraba en la red y que no pudo desviar la pelota, que le alcanzó creo recordar que en un costado. Pues bien, la mirada asesina de Nadal a su contrincante, acompañada de acusadora pose hierática, fueron consiguientemente interpretadas por el público como una lógica censura a un comportamiento antideportivo del malvado Kyrgios. (Que pasó a convertirse inevitablemente en la diana de las iras del respetable). Pues muy mal; el que conoce mínimamente las reglas del tenis sabe que el golpe al cuerpo es perfectamente legítimo en dicho deporte, y que se da sobre todo en el juego de dobles. Precisamente uno de los mejores doblistas de la historia, y ganador de varios Grand Slams, el norteamericano Tony Trabert, incluso aconsejaba cómo ejecutar dicho golpe. Si uno juega contra un contrario diestro, adonde ha de apuntar es a la cadera derecha. Cualquiera que se dedique a dicho deporte, incluso a nivel de club, sabe lo difícil que es sacarse de encima este tipo de bola, pues te resulta incómoda de devolver, tanto de drive como de revés.

Desde siempre me había sorprendido el espacio que ocupa en el imaginario público la moto de gran cilindrada, y preferentemente la mítica marca Harley Davidson. Pero lo que no me esperaba era ver refrendada dicha impresión de manera casi brutal. Se me ocurrió hace poco preguntar a algunos amigos míos cuál podía ser su aspiración de libertad, vamos, qué les apetecería si de repente les liberaran de sus grilletes domésticos, obligaciones familiares y profesionales, etc. Pues bien, dos de mis amigos coincidieron en su máximo anhelo: comprarse una supermoto y lanzarse a la aventura en solitario, viajar sin destino fijo, a lo que la providencia les brindase. (Un tercer amigo había tenido ya una Triumph de 750 cc, pero por imperativos familiares se vio obligado a desprenderse de ella, por el peligro para la hacienda doméstica y la armonía conyugal de un posible accidente.)

Y empiezo a comprender ahora el éxito del librito, devenido casi de culto, Dios vino en una Harley, que tanta expectación me despertara en su día, como decepción me deparara su lectura. Un buen título es la mitad de la batalla editorial ganada, y caigo ahora en la cuenta de que tanto mis amigos moteros como cientos de aspirantes a la libertad de alta cilindrada sobre dos ruedas se convirtieran en sus irremediables compradores, encumbrando el librillo a la lista de bestsellers del momento.

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