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Reflexión

Los molestos jarrones chinos

Todos nos encontramos con el mismo dilema cuando se mueren nuestros padres. ¿Qué hacemos con sus muebles? ¿Los incorporamos para que convivan con los nuestros o los tiramos? No podemos sumar todos esos cachivaches demodés a nuestra ya de por sí anegado espacio. Nuestra casa acabaría pareciéndose a la de un Diógenes. ¿Cómo van a convivir nuestros muebles de Ikea con ese aparador de madera noble, pero muy, muy oscura, y de patas con rodillas salientes imposibles de esquivar? Tirarlos sería de desalmados. Y no digamos las fotos -ellos aún eran de la cultura analógica. ¿Las escaneamos? Pero si no hemos acabado de incorporar al disco duro las fotos de la primera parte de nuestras vidas.

Ese conjunto de pertenencias heredadas, y que ya no caben en nuestras vidas, es lo que hoy llaman jarrones chinos. Los jarrones chinos son bonitos, evocadores, decorativos, pero no sirven para nada en un mundo utilitarista, en el que cada objeto ha de tener una función específica.

Es el mismo dilema que se plantean los jóvenes políticos. El asunto vuelve a suscitarse con la irrupción de Mariano Rajoy con su libro, que ya es el más vendido de estas Navidades. La inmensa sombra del viejo líder -solo tiene 64 años- parece empequeñecer al joven Casado, de 38 años. El fenómeno no es nuevo. Ya le ocurrió a Aznar -otro jarrón chino- con Fraga, pero entonces el joven líder supo encontrar una función, en la estantería adecuada, para el viejo león de Villalba: lo colocó en una esquina discreta, pero muy entretenida, de la estantería que es España; Galicia.

Casado, que según las últimas clasificaciones generacionales es milenial, debió buscar para Rajoy -un baby boomer- una estantería como la de Fraga, quien pese a ser miembro de la generación silenciosa, no se callaba ni debajo del agua en Palomares. Y lo mismo para Aznar -otro baby boomer, aunque por los pelos. Y ahora tiene dos jarrones chinos ocupando un espacio prominente que debieran ocupar Cayetana o Teodoro, miembros de la generación X. Y si ya hubiera abierto sitio para alguien de la generación Z, que ya viene amenazante, podríamos considerarle un político con visión de futuro.

La batalla política se ha transformado en una lucha generacional. A Pedro Sánchez le ocurre lo mismo con sus viejas glorias. Con sus opiniones fuertes y recriminatorias, Felipe o Guerra, le enmiendan la plana cada vez que pueden. El no tan viejo Zapatero -no ha cumplido los 60- no para de meterse en charcos como presunto "pacificador" de conflictos, ya sean bolivarianos o vascos. Por no hablar de los molestos condenados de los ERE. No hay estantería que aguante tanto.

Casado, Sánchez y hasta el mismísimo Iglesias -parece que fue ayer cuando era un enfant terrible- deberían tener cuidado y buscarles un entretenimiento a sus predecesores. No les queda nada para convertirse ellos mismo en jarrones chinos, pese a su juventud. Como a Sánchez le salga mal la jugada del coqueteo con los independentistas; como a Casado se le vuelva en contra su confusa oposición; como Iglesias salga escamado de su vicepresidencia, acabarán en la estantería. Y como si de Toy Story se tratara, se avecina una cruel batalla: jarrones chinos frente a frente, luchando por un hueco bien visible del salón.

Mientras deshago la casa de mis predecesores, mis hijos -generación Z pura y dura- ya confeccionan una lista de todo lo mío que se va a ir a la basura. Sólo hay que esperar a que me dé la vuelta por la esquina del barrio de nunca volverás. Es ley de vida.

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