La Provincia - Diario de Las Palmas

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tropezones

Factor sorpresa

Me preguntó ayer un buen amigo, que cómo me las arreglaba para escribir una columna semanal en este periódico, a lo largo de tantos años sin cansarme, y lo que es más importante, sin cansar al lector. (Ya he advertido en el arranque que la pregunta era la de un amigo).

Respecto a lo primero, es muy fácil: porque me gusta y me ayuda a menudo a profundizar en algún tema que me intriga, y de paso a poner un poco de orden en mis ideas.

En cuanto a lo segundo me ha dado que pensar, pero creo que al margen de los consabidos trucos del oficio, me decantaría por un principio activo común en todos mis esfuerzos, y que tiene que ver lógicamente con el deber primordial de no aburrir, y a ser posible entretener: el factor sorpresa. Supongamos que un título afortunado ("la pasta o la papa", "puercas parcas") y un arranque inesperado (un moco flotando en una copa de champán "con la complicidad indirecta tal vez, e involuntaria sin duda, de Federico García Lorca") sean capaces de captar la atención del lector. Después se trata de aplicar el factor sorpresa no sólo en el fondo, o sea en la trama y sus derivaciones, sino de ser consecuente a la hora del tratamiento del texto.

Si he de utilizar un sinónimo, por ejemplo para no repetir una palabra en el texto próxima a la de su gemela, pues que sea un sinónimo poco trillado, a ser posible inesperado. Verbigracia, si acabo de escribir "sin embargo", lo alternaré con "empero", o sea, una opción de una sola palabra, y encima no muy frecuente, con cierto sabor arcaico que podrá tal vez incomodar al lector, pero que le hará más mella, por imprevista. Una expresión sacada de la jerga coloquial o proverbial, incluso con cierta carga de vulgaridad puede ayudar también, si no se abusa de ellas, a sacudir al destinatario de su confort y obligarlo a permanecer al loro.

Por supuesto que algunas tretas literarias ayudan en el mismo fin: es obvio que por ejemplo la ironía es una herramienta muy agradecida: al fin y al cabo no deja de ser una figura retórica ante la cual el lector ha de permanecer despierto, pues consiste en esencia en dar a entender lo contrario de lo que se dice. Reflexión que es extensiva por supuesto al sentido del humor, que se le supone al lector, ante exageraciones y disparates a menudo en clave irónica. O en palabras inventadas pero que refuerzan a las verdaderas (¿qué les parecen p. ej. unas declaraciones "trumposas" o una bandeja de "repostrería"?)

En cuanto a palabras raras, malsonantes, o a primera vista incomprensibles, pueden coadyuvar en el factor sorpresa, si bien han de ser manejadas con tiento, para no irritar al sufrido lector. Yo ya decidí desde un principio no privarme del uso de palabros insólitos, en aras de una precisión o un rigor al que pretendo aspirar. Afortunadamente creo contar con unos lectores que aunque sólo sea por pillarme en un renuncio, no dejarán de recurrir al Dr. Google o a la Wikipedia para comprobar el sentido de una palabra bajo sospecha.

Y finalmente la sorpresa más importante, y la que condiciona a menudo todo el artículo, es la del final. El estrambote terminal, que a veces pone patas arriba todo el enunciado que lo precede, es tan determinante en el efecto sorpresa que a veces es la última frase la que puede orientar la urdimbre de todo un artículo.

"Al final, pude comprobar que el jardinero que me había vendido una planta que me iba a durar toda la vida, se refería... a toda la vida de la planta".

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