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Javier Durán

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Javier Durán

El último eslabón

Punta Brava es el último eslabón que une la Playa de Las Canteras a una pléyade de creadores cuya obra pasa de manera inevitable y afortunada por este espacio urbano-marítimo. Un enclave que se asoma al año 2020 con el cartel de se vende de la casa donde explotó la poesía y la pintura atlántica de Manuel Padorno, y con Josefina de la Torre como protagonista del Día de las Letras Canarias, precisamente una autora, que, todavía niña, representaba junto a su hermano Claudio obras en el Teatro Mínimo, también en el Paseo de Las Canteras, en la casa familiar convertida después en un edificio de apartamentos con un restaurante chino en su bajo. Entre los espíritus culturales de este frontispicio al horizonte, la casa de los Chirino, en cuyo patio modeló el escultor sus primeras obras. Desapareció y en su lugar se levantó el edificio de apartamentos Los Charcones. El cementerio podría rastrearse entre las biografías de los hermanos Millares [ahí está el libro Memorias de Infancia y Juventud de Manolo, donde describe el aliento agridulce de este paraíso en los años de la posguerra], Arturo Maccanti, Tony y José Luis Gallardo, el propio Manolo y su hermano Eugenio Padorno, Felo Monzón, Juan Hidalgo, Alejandro Reino y mucho más a los que se les infiltró la Playa de Las Canteras para deslizarlos -igual que el surfero sobre la ola superlativa- hasta la poesía, la música, la pintura o la escultura.

Esta tradición, cohabitación o edad de plata se reinstaura con Manolo Padorno, que vuelve de Madrid para vivir en Punta Brava, cerca, muy cerca, de donde él, Chirino, Millares, Elvireta Escobio y Reino deciden en 1955 abandonar la Isla para huir de la mediocridad y comenzar una nueva etapa en Madrid. El retorno coincide con su incorporación (1985) como asesor del Gobierno del socialista Jerónimo Saavedra, un tiempo en que esta ciudad vive su propia movida con una eclosión de jóvenes talentos en la moda, arte, cine, música, arquitectura, el diseño... De todo ello dio buena cuenta este periódico a través de una serie de entrevistas bajo el nombre Canarias: la movida que viene, que tuvo como broche final una fiesta en Utopía, uno de los santuarios de aquel renacer que en cierta manera rompía con la grisura de los sesenta-setenta.

La noche se vivía jeronimamente [del nombre del presiden te del Ejecutivo], una invención padorniana como síntesis del momento innovador, una euforia que el poeta disfrutaba en propia carne con una agenda que podía empezar con una cita para las obras del centro de arte La Regenta -comprado durante su etapa política- y que acababa en el Gas, en torno a una mesa de billar y a una noche de sombra alargada donde periodistas, políticos, artistas y escritores se comían el mundo.

Manolo Padorno, en Punta Brava, era un náufrago del reloj: para las entrevistas su tardanza era de órdago. El periodista hacía tiempo en la cocina junto a Josefina Betancor hasta que se oían sus pasos por la escalera, descendiendo pesado y dando la bienvenida para volver a alzar el vuelo -esta vez con el entrevistador- hasta su habitación de trabajo, sumida en el olor acre del tabaco y de algún alcohol reseco en el fondo. Allí, en unos cajones especiales que diseñó para un carpintero, se encontraban los originales de su poesía, una escritura sinfín, incansable, que publica ahora como Obras Completas Pre-Textos y CajaCanarias. Esta factoría de Punta Brava también esconde el mítico trabajo de Taller Ediciones JB, una iniciativa del año 1972, timoneada por Josefina, que supuso un revulsivo cultural. Sólo como ejemplo de su catálogo de ochenta y tantos títulos, señalar que a su cargo estuvo la primera reedición (1974) tras la guerra civil de Crimen, la emblemática novela de Agustín Espinosa, aparte de un trabajo editorial que abría la España del final del franquismo a contenidos vetados de las ciencias sociales y el pensamiento.

Punta Brava, como última residencia del escritor, atraviesa con esplendor su literatura. Su situación privilegiada, casi mirador, la convierte en una lanzadera para aprehender un lenguaje nutrido por el mar y el sol, un viaje padorniano que se desvía a la pintura, también a las fachadas ciegas de la Playa de Las Canteras sobre las que pintó enormes murales subido sobre andamios. "La olas rompen bajo mi ventana/interminablemente. Cuece el día./He venido a vivir aquí al azar/en la proa de un barco, en Punta Brava./Las olas rompen en el contrafuerte/ del paseo./Tiembla la casa. Trema./Delante mío crece el árbol de la luz/mineral, vegetal, el infinito,/el bosque de la luz en vilo, un río/inmóvil rueda deslumbrante, huido./El hondo cielo azúl brota del pozo/desconocido, una gaviota lentamente./Más allá de La Barra la nave que fondea/la claridad del fuego, alta llama/derramada de luz, el mediodía/arde en El Confital, árbol de luz/inmenso crece en la proa del barco/las olas rompen bajo mi ventana/arrolladoramente dulce muero" , escribe en su poema 'En Punta Brava'.

Hay razones más que suficientes para reclamar que este último eslabón no se extinga extirpado, desaparecido, bajo el ritmo urbanístico de la milla de oro. Por una vez, reservemos el vaso de luz más padorniano.

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