La Provincia - Diario de Las Palmas

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en pocas palabras

Dimitri, Moscú y yo

Un atardecer, apenas esbozado en el cielo, me llevó a tomar la decisión de irme a Moscú. Once días antes de marcharse conocí a Dimitri, su cuerpo hubiera alborotado a cualquier sepulturero, era todo huesos; pero aún así a pesar de su imagen de cadáver, su presencia me comprometía con la curiosidad. Según me contó, durante su infancia permaneció vivo gracias al ajedrez. Con cierta embriaguez sentimental me relató la pobreza que pasaron él y su madre. Su relato parecía una ficción escénica, pero por su jugosidad, resultaba creíble e interesante. No conoció a su padre, por lo visto, el señor comprometió su vida en una imprenta. La verdad, no sé si murió en acto de servicio o de muerte natural... Mi intuición me aconsejó no preguntar mucho...

¿Salvar la vida gracias al ajedrez? Créanme que estaba deseando que me razonara su reflexión. En ocasiones disfrazamos de sentimientos simples vivencias y con el tiempo la razón se ve perjudicada. Bueno, pues con cierta prudencia le pregunté, y sin remilgos empezó a pegarle palos a la vida: a la suya. Me contó que de niño pasaba muchas horas solo, por lo visto su madre siempre estaba trabajando. Me dijo que comenzó a descubrir el ajedrez en soledad, y que poco a poco fue ponderando sus virtudes. "Aprendí a saber que el verdadero protagonista de mi vida soy yo. La vida es similar a un tablero de ajedrez. A veces, he conservado al enemigo para poder premiarle con la estrategia. Sí, sin apresurarme puedo ganar o perder la inconclusa partida de la vida". Después de salpicarme con tan ricas palabras, deseé secarme junto a un tablero de ajedrez. Jugamos una partida, y nos gustó tanto que pasamos once días jugando al ajedrez. Pero claro, el tiempo mal intencionado nos recordó que algunas vivencias son llamadas a consignar despedidas y la nuestra había llegado. Antes de irse me dejó su número de teléfono y me dijo: "Si quieres conocer el tablero de ajedrez más bello del mundo, llámame". Nos dimos un abrazo, sus huesos se vengaron de mi pecho, así se marchó...

Me quedé con la duda, mejor dicho con las ganas, y aprovechando que una amiga vive en Moscú, me marché con el agrado de saber que iba a matar dos pájaros de un tiro: pasar unos días con Svetlana y conocer el tablero. Me instalé en casa de mi amiga, siempre atenta y maravillosa y al cabo de unos días decidí llamar a Dimitri. Le comuniqué que estaba en Moscú, recordándole que el propósito no anda desnudo. Por lo tanto, sin rodeos le pedí que me llevara a ver el tablero. Me pasó a buscar, y acompañados del frío, nos dirigimos a una boca de metro, por cierto en los vagones aprecié el rugido de la literatura. Pensé, con cierto estremecimiento, que iríamos a algún lugar, pero no, no salimos del metro. Al rato, después de múltiples cambios de vagón, llegamos a una estación preciosa. Sí, me percaté rápido del suelo, me quedé sin palabras, con una agradable sensación de estar rodeada de belleza. Sin pasar un segundo, escuché musitar "es aquí". Pues sí, damas y caballeros; el tablero más bello de ajedrez está en Park Pobedy. Qué maravilla de suelo, es un inmenso tablero de ajedrez, es el simbolismo perfecto de apacible reflexión. El temperamento frío de Moscú dilata el ojo del viajero...

Al salir del metro me encontré con Niké, la diosa griega de la victoria, la miré y me emocioné. A veces las circunstancias de la vida impone sus razones, pero no debemos renunciar a jugar ninguna partida, por difícil que sea. Sí, el ajedrez nos puede salvar la vida. Es precioso entender su dinámica para formar una cadena de valor.

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