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cartas a gregorio

Manuel Ojeda

Atracador atracado

Querido amigo: Uno piensa que a estas alturas ya no le queda nada por ver, pero por mucho que hayas visto y oído, siempre hay algo o alguien que te vuelve a sorprender.

En Barcelona, un individuo de 50 años que se quedó sin trabajo se vio obligado a entregarle su vivienda al banco por no poder pagar la hipoteca y, como era de suponer, después de unos meses vio cómo se quedaba en la calle mientras el banco ejecutaba la hipoteca y el correspondiente desahucio para quitarle el piso. Y así empieza la historia que quiero contarte, Gregorio.

Efectivamente, le entregó la llave de la entrada de su casa al banco, pero se guardo otra que daba acceso a la vivienda a través de un patio interior.

Total que, a los pocos días, volvió a meterse en la casa y cambió la cerradura, y cuando apareció el encargado de la limpieza que mandó el banco no pudo abrir la puerta. Así que tocó el timbre y nuestro hombre, que estaba allí cómodamente instalado, le invito a pasar amablemente.

No le dijo que era el anterior propietario sino un okupa, y que le asistía el derecho a alojarse en aquel inmueble vacío porque no tenía donde vivir.

Y ciertamente, el Ayuntamiento de Barcelona se lo permite. Pero, además, las personas sin recursos tienen derecho a la Renta Garantizada de Ciudadanía, RGC, que establece la asignación de doce pagas de 600 euros al año por persona.

Lo curioso es que el banco, como propietario de la vivienda, tiene que pagar la contribución, la recogida de basura y la comunidad, y como quiera que legalmente no se puede dejar sin luz ni agua a un inquilino, esos gastos también corren por cuenta del banco.

Así que, nuestro personaje pasó de ser un trabajador despedido a un indigente bajo la protección del Ayuntamiento con un sueldo de 600 euros, y viviendo en el piso de un banco que le paga los gastos de mantenimiento.

Aunque parezca extraño, Gregorio, hay okupas que están empadronados en una vivienda propiedad del banco, y que pueden defender que, como precaristas, ocupan la vivienda por la tolerancia o la dejadez del propietario sin que conste su expresa voluntad de oposición.

En cierta ocasión quise comprarme un precioso jarrón chino de cuarenta duros y no tenía dinero, pero el vendedor me permitió pagarle un duro al mes más el interés de una peseta. Pasaron diez meses y me quedé sin dinero, y tuve que devolverle el jarrón al comerciante, que me devolvió todo lo que había pagado menos los intereses, lo cual me pareció justo.

Lo que me parece un abuso es que, después de haber pagado parte de tu hipoteca, el banco se quede con el piso, el dinero que has pagado y los intereses.

Y es por eso que me alegro de que, alguna vez, el atracador acabe siendo el atracado.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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