Eliot contó algo que ya había ocurrido: que el mundo no finalizó con un estruendo indescriptible, sino con un murmullo. Entre todos los placeres apocalípticos siempre preferí elegir el más probable: el que combinaba óptimamente miedo, ignorancia y estupidez. Es decir, fallecer bajo nuestros propios detritus. Ayer, cuando escuchaba a José Antonio Valbuena, consejero de Transición Ecológica, avanzar reflexiones sobre la futura Ley de Cambio Climático, me pareció, durante un instante, que no quería decir toda la verdad, aunque lo insinúo en parte: "Hay cambios que ya son irreparables y situaciones que ya no se pueden corregir". Es más jodido todavía: todo lo que podemos hacer desde nuestro país insular para evitarlo será insuficiente. Aunque todas las administraciones públicas canarias, todas nuestras empresas y toda la sociedad civil colaboraran activamente -modificando conductas individuales y colectivas- seguiría siendo insuficiente. Verán, el océano, ese prodigioso sistema planetario del que salió la vida que cubre el planeta, está emitiendo signos de un próximo colapso. Desde 1980 el 30% del dióxido de carbono emitido por la civilización humana lo han absorbido los océanos, lo que ha provocado una veloz acidificación de los mares. Entre la acidez y la subida de temperatura del agua muchas especies desaparecen otras mutan, otras, en fin, buscan otros hábitats: en nuestras mismas aguas se detectan ahora especies tropicales.

Somos islas. Vivimos rodeadas de mar y nuestra principal actividad económica es el turismo. Canarias está en una situación particularmente expuesta frente a la crisis climática. Es como si estuviéramos abocados a pagar un precio chiflado por tantos siglos de meteorología espléndida, horizontes pacíficos, cielo azul y temperaturas paradisiacas. En el escenario más positivo el nivel del mar subirá unos 43 centímetros antes de fin de siglo; en el peor, superará los 84 y puede llegar -aunque parece muy improbable-- a un metro. Nueva York, a través de convenio con el Gobierno federal, va a dedicar unos 10.000 millones de euros durante la próxima década en defensas costeras, y sus ingenieros, urbanistas y climatólogos prevén otra inversión similar antes de mediados de siglo. Unos 20.000 millones de euros, en definitiva, antes de 2050. En Europa, Londres y Amberes, entre otras ciudades, están planificando sus defensas marítimas -un amplísimo número de medidas políticas y sociales y de herramientas tecnológicas- para materializarlas en los próximos años. Valbuena tiene toda la razón. La ley de Cambio Climático será la más importante promulgada por el Parlamento de Canarias durante este siglo. Pero no puede bastar.

La agenda canaria también es esto. La agenda canaria no consiste únicamente en la financiación para los planes de empleo, el convenio de carreteras, la implementación del nuevo REF, las bonificaciones de transporte. La agenda canaria antes Madrid y Bruselas deben incluir como una prioridad los medios financieros, jurídicos y tecnológicos para que Canarias pueda plantear su propia estrategia defensiva -en colaboración con otros estados y regiones- frente a las amenazas del cambio climático. Estamos en primera línea de fuego, como todos los archipiélagos y las costas del Estado español. Está en juego la sostenibilidad de la sociedad canaria y, en el peor de los casos, la habitabilidad de las islas, y debe actuarse en consecuencia.