La Provincia - Diario de Las Palmas

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El tiempo en Canarias

Las Islas están conectadas con el mundo por cientos de rutas aéreas y abiertas a todo el tráfico marítimo imaginable, un progreso que las alteraciones climáticas varían muy poco, o casi con ninguna frecuencia, dado el acierto de los pronósticos meteorológicos y los adelantos técnicos del transporte. Así y todo, pese a que el aislamiento no presiona, es raro el día en que el canario no mira el cielo para barruntar algo, un celaje, un rebaño de nubes, una panza de burro, un chubasco, un chirimiri, un bochorno, una calima, un temporal, una calma chicha, una ventolera, un sol de justicia, un arco iris... Digamos que está a gusto entre este mosaico cambiante, esquizofrénico, que le permite consumir conversaciones que tienen por asunto principal cómo evoluciona el tiempo desde el amanecer al anochecer, derivando luego a preocupaciones relativas a la ropa más acorde o a la comida necesaria dada la posición del termómetro. Puede ser que esta excavación permanente tenga que ver con la condición de Islas Afortunadas, un confort que a veces debe ser taladrado -quizás por el aburrimiento- por algún infortunio que chafe el solajero. Y el resultado es un extraño diálogo sustentado en meros indicios, que, en modo alguno, dan para una previsión, pero sí para una climatología local donde las miradas al cielo procuran un vaticinio más bien ambiguo: a partir de las cinco se va a meter un pelete, o este sol picón anuncia agua. Por decirlo de una forma diáfana, cada canario lleva dentro un hombre del tiempo, como si los urbanitas tuviesen una cosecha de papas a la espera de un rocío. Estos días arrecia el frío, que es de nieve, dicen, por lo que no hay punto cardinal de la ciudad donde no se hable del hielo que penetra entre los abrigos, del biruje que hay dentro de las casas, de los modelos de calefactores, de la chimenea, del terrible miedo a la gripe, del vacío en las terrazas, de lo maravilloso que está el campo, del edredón o la manta, de lo bien que sienta un potaje de berros con un buen queso... Y el saludo siempre ronda, no sin dosis de dramatismo, sobre el embate impetuoso del frío. Así transcurren los días. Siempre el tiempo. Mañana o pasado se hablará del mar de fondo. Después, del verano que cae sobre el asfalto sin piedad. ¿Por qué? No lo sé.

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