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El dilema de las epidemias

Las autoridades, ante una amenaza para la salud, tienen que manejar tres aspectos esenciales, además de la ignorancia: la dimensión del problema en términos de morbilidad y mortalidad, la percepción del riesgo por parte de la población y las consecuencias económicas de su actuación. El temor a las epidemias se entrelaza con la historia. La primera vez que se estableció una cuarentena fue en 1370 en el puerto de Venecia. Se pretendía así frenar la entrada de la peste bubónica que venía de oriente. Nadie sabía entonces cómo se trasmitía, pero la experiencia mostraba que era una enfermedad contagiosa. Como la lepra, quizá la que suscitó más medidas de aislamiento. A la entrada de las poblaciones se situaban las leproserías, lazaretos o malaterías. Allí se encerraba de por vida a los así diagnosticados, no sabemos cuántos la sufrían. El encierro tenía más que ver con la repugnancia que suscitaban estos enfermos que por su contagiosidad. Aunque no se sabía entonces, el bacilo de la lepra es perezoso a la hora de buscar nuevo acomodo. Llamamos R al índice de contagiosidad; si un caso produce 2 nuevos casos, será R2. Eso es la gripe. El sarampión produce 12, R12, ya se pueden imaginar la velocidad de la epidemia: esos 12 producirán 144. El del virus que produjo el SARS, aquella primera epidemia mortífera de coronavirus, era de R0,5. Es decir, se precisaban dos casos para producir un tercero, la epidemia tiene así pocas posibilidades. No sabemos aún el R de este nuevo coronavirus.

En el siglo XIV se había decidido un periodo de 40 días quizá, como número bíblico, porque se pensaba que la peste, o cualquier otra enfermedad, se resolvería en ese tiempo. En el XIX se inventan los cordones sanitarios fundamentalmente para controlar el cólera, otra enfermedad que viene del este.

Así que un factor importante para decidir el aislamiento es la transmisibilidad y el modo de hacerlo. Pero no menos es la virulencia. Si la enfermedad es muy contagiosa pero apenas produce enfermedad y nunca o casi nunca mata, el esfuerzo del aislamiento, con todas sus consecuencias, sociales y económicas, no vale la pena. Al contrario, aunque sea poco infectivo pero si es muy virulento, que mata por ejemplo, al 30% de los casos, uno se puede plantear medidas de aislamiento. Cuáles, es otra cuestión.

El agente, el virus en este caso, es solo uno de los componentes del problema des- de la perspectiva epidemiológica. Como en el fuego, nos gusta la idea del triángulo combustible, comburente (oxígeno), y calor (la cerilla). En la enfermedad: agente, medio y huésped.

El medio es determinante. En eso, en parte, se basa el aislamiento. En el XIX, cuando las epidemias cobraron su mayor protagonismo debido a la confluencia de hacinamiento y malas condiciones de salud, dos teorías se enfrentaban: la contagionista, que especulaba sobre un elemento trasmisor, y la miasmática que consideraba la corrupción del ambiente la causa de las epidemias. Al final triunfó, con el descubrimiento de las bacterias, la contagionista. Eso no minimizó el papel del ambiente. En qué medio sobrevive el microbio y cómo puede llegar a otra persona es fundamental para entender y controlar las epidemias. Coronavirus sabemos que se trasmite por las gotículas que expulsamos al toser, estornudar, también al hablar, y que se suspenden unos segundos en el aire antes de caer. Las respiramos. También llega a nuestro organismo si con las manos manchadas con secreciones nos tocamos los labios, los ojos, la nariz. Y algunos de ellos están en las heces. Para controlar el medio es importante es reducir lo más posible el aire compartido: aislando los casos, alejándolos, ventilando; y evitar que haya secreciones en el aire: colocando una mascarilla en el enfermo

El tercer elemento es el huésped. El mismo agente puede pasar desapercibido en una persona y matar a otra. Por ejemplo, el virus de la polio: al recién nacido no le hace nada, en el anciano puede ser letal. En este caso el factor determinante es la edad. En otros, la mayoría, el estado previo de salud.

Hay que saber en qué pacientes este coronavirus produce más patología. La protección del huésped consiste, además de la vacuna, si existe, en evitar que entre en contacto con las secreciones: alejarse de los casos y en caso de no poder hacerlo, utilizar mascarilla. Las mascarillas quirúrgicas, bien ajustadas, evitan el 80% de los contagios. Con todos esos conocimientos, que no siempre son fáciles de obtener, los epidemiólogos diseñan una estrategia de contención. Pero son los políticos, en base a las otras dos dimensiones del problema, la alarma social y las consecuencias económicas, los que deben tomar decisiones.

No es fácil, siempre se criticará y nunca sabremos si lo hecho es lo mejor. En cualquier caso, tenemos que confiar y seguir las instrucciones porque es imposible ejecutar las medidas decididas si las autoridades no tienen ascendencia, si no existe confian- za en sus palabras y recomendaciones.

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