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Kirk Douglas, ejecutivo hastiado

Kirk Douglas, muerto a los 103 años, interpretó en la antepenúltima película de Elia Kazan , El compromiso (1969), el personaje en la vida real que nunca quiso ser, o del que pudo escapar. Arranca con una vertiginosa e impactante carrera de un Alfa Romeo deportivo pilotado por un publicista que suda éxito y hastío por los cuatro costados, casi un anticipo del Don Draper de Mad Men, saturado de un ego estrepitoso, pero cubierto en el fondo de una pátina de descontento, anuncio de una crisis existencial en toda regla. El filme se interpretó como un ajuste de cuentas del director de Un tranvía llamado deseo con el gran peso que llevaba encima: su contribución como chivato a la caza de brujas. Resultó ser un fracaso en EE UU, pero por alguna extraña razón en España fue un taquillazo: quizás por lo que representaba el sistema de vida americano para una sociedad bajo los efectos narcotizantes del franquismo. El compromiso, gestada a partir de una novela del cineasta griego, entra a saco con los males del capitalismo más feroz, poblado de seres sin escrúpulos, insaciables con el sexo, capaces de una doble vida, dominados por el dinero, sin atisbo de moral ni equilibrio para las relaciones afectivas... El protagonista, flanqueado por Deborah Kerr y Faye Dunaway, vive alimentado por todos estos males hasta que un día su biografía se le hace insoportable y decide estampar su automóvil bajo un camión, accidente del que sale ileso, aunque envuelto en un verdadero drama psicológico sobre qué camino seguir en la vida. Posiblemente, tras esta tortura se encuentre la que padeció Kazan tras su colaboración con el Comité de Actividades Antiamericanas. Pero Douglas, sin embargo, evitó caer en las tentaciones del Hollywood más inhumano y mantenerse firme bajo el paraguas de los principios del hijo del trapero. Una roca de honestidad a la que se agarraron su hijo, su nieto o su nuera cuando todo se les desmoronaba. El compromiso se califica como una película fallida de Kazan, una valoración que no diluye la cuestión: la última leyenda sólo ha podido erigirse gracias al hombre que contrató al perseguido Trumbo [por el macarthismo] como guionista de Espartaco. En la película, el ejecutivo Eddie es el revés: muy tóxico y desleal.

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