El accidente de helicóptero en el que perecieron Kobe Bryant, su hija y otras siete personas, es la tragedia que corona al héroe para elevarlo de forma definitiva por encima del resto de los mortales. Eso incluye una biografía intachable, de la que queda excluido cualquier episodio oscuro. La exigencia de unanimidad en el dolor transforma cualquier mínima disonancia en un agravio. Lo sabe bien Felicia Sonmez, periodista de información política del Washington Post, a la que el recordatorio en una red social de uno de esos momentos que empañaría la condición heroica de Bryant le valió primero una avalancha furibunda de ofendidos por su atrevimiento y una suspensión laboral de su propio medio, que después rectificó.

En Una Odisea, Daniel Mendelsohn, profesor de clásicas del Bard College de Nueva York, relata la forma en que la decisión de su padre octogenario de asistir a uno de los seminarios que imparte para alumnos veinteañeros abrió una nueva dimensión en el vínculo paternofilial. Al amparo de una gran osadía intelectual y de la impunidad que dan los muchos años, el Mendelsohn que ya superaba los ochenta aportaba su propia visión de Ulises: "Engaña a su mujer, se acuesta con Calipso. Pierde a todos sus hombres, es un general desastroso. Está deprimido, gimotea". Con esa concatenación de hechos extraídos del relato homérico, el anciano compone el reverso del héroe.

Felicia Sonmez no llegó a tanto. En medio de los testimonios de dolor, acrecentado por la apariencia de una vida ejemplar truncada por la fatalidad, la periodista compartió un enlace con una información sobre las acusaciones de agresión sexual contra Bryant en 2003. A raíz de la denuncia de una empleada de hotel de 19 años, el deportista fue arrestado y los cargos sobreseídos dos años después merced a un acuerdo extrajudicial. En Estados Unidos abundan estas resoluciones incontrastables, en las que la mediación del dinero para eludir exposiciones incómodas impide despejar la duda de si lo que hubo fue una denuncia espuria o el desahogo de un macho dominante. En cualquier caso, Bryant reconoció entonces en un comunicado que la relación existió, aunque quedó marcada por un malentendido. Los flujos sanguíneos en el momento del ardor tienen el efecto de nublar la percepción y mientras que para él todo fue consentido, la acusación de la otra parte lo obligaba a asumir la evidencia de que la joven lo sufrió de manera muy distinta.

Esa historia incómoda, de la que Sonmez se hizo portavoz al enlazarla en la red, rompía el mensaje único de la consternación ante la tragedia del héroe. Fue un simple ejercicio de contraste periodístico en un momento muy delicado, una forma de resistencia a que el oficio se convierta en una variedad de las artes mortuorias, igualado con la tanatoplastia o el embalsamiento para conseguir que el muerto sobreviva en la posteridad. Ese impulso resulta tan elemental en el trabajo del periodista que el Washington Post terminó por anular la suspensión de Sonmez tras reconocer, a instancias de sus compañeros de redacción, que su comportamiento no vulneró ninguna de las normas de la profesión.

El episodio refleja, sin embargo, la forma en que bajo presión vocinglera y masiva de las redes los medios de prensa, incluso los de mayor prestigio, penalizan el ejercicio del periodismo, lo que constituye una extraña manera de entender el negocio.