La madrugada del 8 al 9 de septiembre de 2011, junto a Balaídos, mientras David Ojeda y yo repasábamos de arriba a abajo la carta de la cafetería Smart en busca de algo que saciara el hambre de náufrago que arrastrábamos, un tipo con pinta estrafalaria se sentó a nuestro lado y, como si nos sacudiera un sonoro bofetón, nos dio una lección de celeridad y precisión en la elección de su cena que, al mismo tiempo, multiplicó la sensación de que estábamos ante un personaje estrambótico. "Nena", gritó a la camarera nada más tomar asiento, "ponme una macedonia y una 1906".

No recuerdo que escogí para comer ni tampoco lo que se bajó aquella noche de intemperie David. Tal vez cayeron un par de hamburguesas de contingencia acompañadas por unas birras, pero no olvidaré jamás la delirante conversación que nos dio aquel curioso vecino de mesa al descubrir, por el acento, nuestra procedencia. "En Canarias", nos espetó con un inconfundible deje gallego, "cobráis el paro gracias a mí". A la mirada de incredulidad que se dio en nuestra trinchera se sucedió una explicación que oscilaba entre el reportaje de investigación y el terreno de la ficción.

"Yo trabajaba [leer con marcado acento gallego, por favor] en la oficina de la Seguridad Social de Vecindario", advirtió antes de añadir que "descubrí a una mafia que se quedaba con el dinero del subsidio por desempleo. Todo el mundo lo sabía, pero nadie hacía nada contra eso. Así que lo denuncié y, para quitarme de en medio porque me molestaba, me mandaron para Fuerteventura, pero en Canarias tenéis paro gracias a mí, que lo sepáis".

Esa anécdota, la de aquel hombre en plena madrugada con su macedonia, su 1906 y su particular batallita sobre Canarias, fue el punto culminante de una jornada disparatada tras los pasos de la Unión Deportiva Las Palmas por Vigo en una eliminatoria de Copa del Rey. Recapitulemos. Al entrar en Balaídos, David se topó con un vagabundo en su cabina. El panorama, en la mía, era peor: había una plaga de chinches. El duelo, que por orden de la televisión comenzó a las diez de la noche, se fue hasta la madrugada al resolverse en la prórroga. Con las urgencias del cierre de la edición del periódico al acecho, me tocó escribir a todo trapo la crónica mientras mi teléfono no dejaba de sonar porque el productor de un programa de radio me dejaba 28 llamadas perdidas para que entrara en antena. Y, para rematar la faena, los operarios cerraron el estadio con nosotros dentro -logramos escapar por las catacumbas de Balaídos tras cruzar un pasillo en el que, por dejarnos llevar por la imaginación, proyectamos a Keith Richards y Ron Wood comiendo centollos antes del concierto de los Stones del 98--.

Recuerdo ese día cada vez que un jaleo extradeportivo sacude a la UD Las Palmas, un club que tiene una extraña capacidad para asociarse con el ruido durante los últimos 20 años. Es como un agujero enorme que atrae a los problemas: pasaportes comunitarios falsos, impagos, taquillas embargadas, futbolistas que no eran futbolistas -¿se acuerdan de Mauricio Fedatto?-, propietarios en estampida, una deuda descomunal, un juez con síndrome de Estocolmo, la ley concursal, partidos decisivos con olor a chamusquina, el Cordobazo, la marcha de Setién, los positivos por alcohol de Araujo, la agresión carnavalera a Nauzet Alemán, la bandera de España en el Camp Nou el 1 de octubre, el rendimiento de Emenike, el desprecio del propietario hacia la clientela y, por contabilizar una más entre tantas, la indisposición de Tana antes de un entrenamiento.

A estas alturas del partido, tras tantos años a la estela de la UD Las Palmas, sospecho que igual toca aceptar el carácter del club como parte de su encanto. La UD Las Palmas es lo que es: se mueve entre picos, va de la euforia a la resignación a una velocidad de vértigo, genera información en cantidades ingentes, suele reunir futbolistas con tanto talento como con ganas de juerga y no gana siempre. Si fuese otra cosa no sería la UD Las Palmas e igual sería un tostón. Tal vez el FC Basilea, el Rosenborg o el CD Numancia son entidades ejemplares, pero sospecho que no aguantan una comparación con la UD Las Palmas: tienen pinta de ser más sosos que comerse una tarde de lluvia con música de Sufjan Stevens de fondo.

En la última indisciplina de Tana, todo el mundo pone el foco sobre el jugador. Se le señala por reincidente. Y no lo discuto -en verano de 2014, después de nuestro enésimo encuentro nocturno, me soltó un "chacho, tú sales más que yo" que me ganó para siempre-. Ni lo justifico -no es la conducta ideal para un deportista profesional-, ni lo crucifico -es su vida, es su carrera y no tiene por qué ser ejemplo para nadie (los valores se reparten en casa, no en el fútbol)-, ni tampoco creo que el problema sea sólo de Tana. Los que han cambiado, los hipócritas, son los que antes, cuando se vacilaba a Sergio Ramos en el Bernabéu, salía ovacionado de San Mamés o dibujaba aquel taconazo ante el Villarreal en golazo de Boateng, le jaleaban de marcha y ahora, cuando a la UD Las Palmas no le va tan bien, le lapidan públicamente.

Yo, en esta historia, me quedo con la visión de Quique Setién. Después de una entrevista en Barranco Seco le preguntamos por Tana y su tendencia por la fiesta. "Tal vez sea un golfo", admitió el técnico, "pero es mi golfo", sentenció con datos en la mano. "Es el que más kilómetros corre en cada partido, tiene talento y hace lo que le pido", puntualizó. El pecado de Tana no ha sido llegar en mal estado a un entrenamiento, ha sido servir una cabeza de turco -la suya- para tapar las miserias de un equipo montado desde el disparate.

Si tengo que elegir, yo me tomaría una macedonia y una 1906 con Tana, no con quien filtra la indisposición de uno de los suyos. Es una simple cuestión de principios.