La Provincia - Diario de Las Palmas

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por cuenta propia

Siempre la radio

Recuerdo un salón soleado por el que mi abuela iba y venía de la cocina con su aroma a café recién hecho. En el transistor escucho los pitidos de las señales horarias y a continuación una melodía que lo inunda todo. Se titulaba I could easily fall in love with you, de Norrie Parramor y su orquesta, y fue la sintonía del programa Protagonistas, que conducía Luis del Olmo en su primera etapa en RNE. Eran los ochenta, el mismo momento en que mientras algunos empezábamos a descubrir la vida a través de la radio, los punk más agoreros vaticinaban su muerte bajo el rodillo de la nueva modernidad. The Buggles y su Video killed the radio star anunciaban la autocracia de la televisión y los videoclips; la canción, único éxito que se les conoció jamás, inauguró la MTV. Empezó otra revolución tecnológica, la que lo iba a cambiar todo, y la radio, decían, se había convertido en pasado. Yo no sospechaba entonces que años después este medio sería un poco como mi casa, pero cuando aún no había llegado a la adolescencia, un buen día se me ocurrió grabar en una cinta de casete una especie de maqueta radiofónica muy rudimentaria, donde iba desahogando mi verborrea infantil en un intento de imitar a los grandes locutores. Nunca conseguí ser uno de ellos pero sí he logrado a lo largo del tiempo asomarme con mucha humildad a la misma magia que deben sentir todos y cada uno de los días de su vida al abrir el micrófono y hablarle a la gente de lo que le concierne.

Décadas más tarde podemos constatar que las profecías fracasaron; sigue siendo el medio de comunicación más valorado, según algunas encuestas. Incluso cuando la credibilidad de otras plataformas de comunicación competidoras, como la televisión, sufre sus ciclos de crisis, ella resiste. Tanto es así que en 2011, y a propuesta del Gobierno español, la Unesco declaró el 13 de febrero como Día Internacional de la Radio. Como medio de comunicación no solo ha mantenido la confianza del público para colarse en la intimidad de sus hogares, sino que también ha logrado que se le reconozca su papel a la hora de proteger valores como el de la diversidad, propagando un crisol maravilloso de voces y de opiniones en un mundo lleno de ruido que las tecnologías tienden a uniformizar. La clave de su éxito no es solo lo que nos cuenta sino cómo lo hace; cómo consigue generar debate desde la complicidad, cómo una voz que se anuda y se quiebra nos conmueve y concede al relato la dosis necesaria de cercanía, cómo la palabra combate nuestra soledad y nos enseña a saber escuchar. La radio es lenguaje y es textura, un universo donde los matices sonoros -y hasta los silencios- también son información.

Para todo eso, y lejos de quedar sepultada por el desarrollo tecnológico, ha sabido subirse a ese tren que debía condenarla al olvido, para aprovechar todo su potencial y llegar a todos los lugares del planeta. Hoy es más universal que nunca y en esto radica su cualidad de plataforma democrática; en que podemos escogerla. Pero lejos del glamur que se presupone a un instrumento tan formidable, la realidad interior es muy distinta y se ha cobrado demasiados proyectos por un camino jalonado de expedientes de regulación y de clausuras. Actualmente la radio sigue siendo la hermana pobre de los medios de comunicación, una circunstancia que repercute sobre las condiciones de los profesionales que trabajan en ella. La mayoría son muy vocacionales pero, por desgracia, están expuestos fácilmente a la precariedad y a la falta de recursos materiales para desarrollar su trabajo en condiciones óptimas, cuando no a la presión de directrices empresariales que tienen como objetivo determinar el criterio periodístico y despojarlo así de su libertad. Desde esta perspectiva, el simple hecho de que haya sobrevivido a tantas dictaduras -la del Estado durante el franquismo y la de los intereses económicos más recientemente- merece un amplio reconocimiento y el apoyo unánime de la sociedad a las reinvindicaciones que fluyen como un torrente sanguíneo por las redacciones de la mayoría de las emisoras. Hoy nos sigue tocando impedir que, por una causa u otra, al final la profecía se cumpla.

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