La Provincia - Diario de Las Palmas

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las cuentas de la vida

Strangers in the night

Los sueños nos persiguen y a veces incluso se convierten en realidad. A finales de los años setenta, el agente consular Tumi Bestard pasó unos días en Manhattan. Era otoño que, como nos ha enseñado Patrick Modiano, es la estación más hermosa: la de los proyectos y la madurez, la del inicio del curso universitario y el aquietamiento de la naturaleza. Tumi se alojaba en el hotel Pierre, en pleno corazón de la ciudad, no lejos del apartamento de los Fatt, sus amigos de Illetas, que le invitaron a una fiesta en la Quinta Avenida. "La fiesta tenía lugar -leemos en las memorias del cónsul mallorquín- en una amplia sala en la que uno se podía entretener observando las maderas nobles y los espejos que forraban sus paredes o los llamativos muebles vanguardistas que la vestían, o los rutilantes suelos de mármol negro en el que se reflejaban las luminosas arañas que se repartían suspendidas desde el techo por todo aquel espacio? Pero a mí la vista se me fue enseguida a un gran ventanal desde el cual se podía contemplar la apoteosis de la noche neoyorquina". Asomado a esa negra inmensidad salpicada por miles de puntos de luz, con la mirada puesta en esa imagen de la modernidad cinematográfica que es la Nueva York noctámbula, Tumi Bestard oyó que alguien pronunciaba su nombre. Los sueños empiezan así, con una imagen y una palabra que anuncia un encargo. Era su amigo Arthur Fatt, el cual quería presentarle a Frank Sinatra. Poco después, junto a un piano de cola, admirando los rascacielos encendidos, Frank Sinatra le propuso a Tumi que cantasen juntos Strangers in the night. Se hizo el silencio, mientras el tiempo se suspendía. La irrealidad de la vida onírica, su aparente imposibilidad, se sustancian en una realidad mucho más íntima y profunda. En efecto, los sueños a veces suceden. ¿Quién le hubiera dicho a ese niño de El Terreno, que pasaba sus horas ociosas viendo películas americanas o remando en un bote por Sa Portassa, que algún día iba a cantar con Frank Sinatra en lo alto de un rascacielos, o que compartiría corbatas con George Bush, o que varios presidentes de los Estados Unidos le invitarían a comer en la Casa Blanca? Seguramente nadie, pero hay algo poético en ello, como la irradiación de un misterio. El mundo a veces nos sonríe.

Porque si algo se desprende de las Memorias de un viejo cónsul es un doble testimonio de gratitud y de felicidad. Gratitud con la vida y con los amigos; con las circunstancias buenas y malas, divertidas o amargas, que le ha tocado vivir a su protagonista. Y la felicidad de poder mirar hacia atrás con la satisfacción del cumplimiento. Un sinfín de anécdotas -de los Kennedy a Zsa Zsa Gabor, de Yoko Ono a los Clinton, de los Kreisky a Gadafi- nos hablan no sólo del autor y protagonista del libro, sino de la rara intensidad del siglo XX en una pequeña ciudad de provincias como Palma, por la que cruzan los avatares de la historia. Porque la vida de Tumi Bestard se sitúa precisamente en los márgenes geográficos del siglo XX aunque también en su centro, como una pieza necesaria e imprescindible. Testimonio de una época que ya no existe, Memorias de un viejo cónsul nos habla de Mallorca y del mundo, del imperio americano y de nosotros. Pero, más que nada, nos habla -en todo su esplendor- de esa letra menuda que dibuja en el agua el perfil de nuestra humanidad.

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