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OBSERVATORIO

Un vaticinio profético de la salida del Reino Unido

Hace casi cuatro años, pocos meses antes de que se celebrara el célebre referéndum sobre el brexit, escribí un artículo que ahora, cuando este se ha confirmado, tiene algo de vaticinio profético, tanto por la confirmación del éxito del nacionalismo soberbio y altanero inglés que va hacia una alianza anglosajona en la que está destinado a un papel subordinado de pseudocolonia, como con la suerte de Europa de liberarse de esa quinta columna dañina aunque con la tristeza del distanciamiento de aquellos británicos numeroso que se sienten sinceramente europeos.

Desde hace más de 500 años las relaciones de Inglaterra -y luego, el Reino Unido- con el Continente europeo se han basado en la desconfianza, el temor y la altiva superioridad de la potencia insular hacia todo lo que procediera del Continente. Este era el lugar de donde venían las invasiones, las epidemias, las guerras y todas las amenazas. Las gentes del Continente eran los bárbaros a los que se despreciaba porque no conocían ni la democracia, ni el verdadero Parlamento ni el habeas corpus.

Desde esa época lejana la política de la altiva Albión ha consistido en fomentar las divisiones continentales y aliarse con la segunda potencia militar para debilitar a la primera del continente.

El acuerdo vergonzoso y humillante para los continentales firmado, con nocturnidad, el 19 de febrero de 2016 supone una quiebra de los principios de unidad y solidaridad que han vertebrado la Comunidad o Unión Europea y la concesión de un acuerdo para dar al Reino Unido un estatus único y especial, como alardeó el primer Ministro Cameron de haber alcanzado en la negociación. En suma, se trata de tener un mínimo de deberes y un máximo de derechos. Ese freno de emergencia para impedir el acceso inmediato a los inmigrantes de la UE, en el Reino Unido, a las prestaciones sociales, o la rebaja en las mismas ayudas a los hijos de tales trabajadores que continuaran en los países de origen. También la cláusula de salvaguardia para proteger a la City londinense (bancos y órganos financieros) para que no sufriera discriminación con respecto a los países de la zona euro, pero no estuviera sometida a sus reglas. Es decir, una forma de frenar, como casi un veto, invocada por un solo país ante cualquier decisión de la supervisión bancaria de la UE.

Y en el plano de la integración política la enmienda a los Tratados por la que el principio fundamental de ir hacía una unión cada vez más estrecha, no se aplicaría al Reino Unido, al que no se puede forzar a una integración política. Es más, moverá a su hábil diplomacia para entorpecer cualquier avance integrador. Por descontado, las empresas y bancos británicos tendrán un acceso libre al apetitoso mercado único de la UE. Debemos recordar que el general De Gaulle vetó en varias ocasiones las solicitudes de entrada de Gran Bretaña en la Comunidad Europea y sólo con su desaparición de la escena política pudo esta ingresar como un verdadero infiltrado y quintacolumnista del poder anglosajón. De Gaulle que protagonizó el reencuentro francoalemán, el mayor éxito histórico de Europa desde hace 150 años, tuvo muy claro el peligro, mucho antes de que lo vieran otros y así lo reconocen dos ex primer ministros franceses, el gaullista Alain Juppé y el socialista Michel Rocard, en un libro no muy lejano que reúne un diálogo y debate conducido por el periodista Bernard Guetta ( La politique telle qu'elle meurt de ne pas être, editions J'AI LU, Paris, 2011). En la tercera parte de ese libro, titulada Le rêve malmené d'Europe, Rocard reconoce que ha tardado treinta años en comprender el papel deletéreo del Reino Unido en relación con Europa, lo que le ha conducido a su muerte política y una supervivencia sólo como organismo económico. Juppé no es tan pesimista, aunque reconoce los antecedentes señalados por Rocard y afirma que aceptar a Gran Bretaña en la Comunidad Europea era meter el gusano en el fruto.

Es interesante la cita referida al notable discurso de Churchill, pronunciado en Zúrich en 1946, llamando a la unidad europea, para que no se repitiera la catástrofe de la II Guerra Mundial. En ese discurso tan alabado se veía a Gran Bretaña como un aliado privilegiado de los EE UU y con un papel tutelar sobre el Continente Europeo, sometido a la protección de los EE UU y de la Commonwealth Británica. Tanto el político gaullista como el socialista -por más que el primero aún espera una recuperación política de la Unión mediante incremento del papel del Parlamento europeo-, coinciden en reconocer que Gran Bretaña entró en el conjunto europeo para impedir toda evolución federal de ese proyecto y destinó todas sus habilidades a un trabajo de obstrucción, favorecido por la lentitud en los acuerdos, el exceso de burocracia, las divisiones fomentadas y todo ello culmina en esta UE reformada y más debilitada con un papel único y excepcional del Reino Unido con el conjunto europeo.

El 20 de febrero, en el diario El Mundo, la señora Miriam González, esposa de Nick Clegg, viceprimer ministro británico, publicó un artículo titulado "La puntilla política a Europa" en el que, tras criticar la debilidad de las concesiones al Reino Unido, señala que si vencieran en el referéndum británico los partidarios de la salida de la UE, ello podría convertirse fácilmente en la puntilla política que a Europa le falta para verse envuelta en un proceso de desintegración y destrucción galopante.

Evidentemente, mi tesis es la contraria: el triunfo del voto, aunque sea por poco, para que el Reino Unido permanezca en la UE con estos privilegios de estatuto único y excepcional, es la verdadera puntilla política para el proyecto europeo. La única esperanza es que la altiva arrogancia de los nacionalistas británicos imponga la salida y ese triunfo será la liberación para Europa de ese estatuto único británico y del bloqueo para avanzar en la integración política. Será un punto de partida desde la hegemonía de valores y principios como los de unidad y solidaridad, democracia y protección de los derechos humanos, pero necesitado de reformas en las instituciones y en las políticas públicas como ya apuntamos en nuestro libro Un nuevo rapto de Europa (Colección Política y Derecho-PO-DER, Valencia 2012).

Ello no quiere decir que no sigamos admirando y emocionándonos con numerosos y valiosos británicos como Shakespeare, Chesterton, Dickens, Chaplin y tantos otros. No quiere decir tampoco que no mantengamos relaciones de buena vecindad, e intercambios comerciales, sociales y culturales, incluso defensas compartidas ante la verdadera barbarie del fanatismo emergente hoy por tantos lugares del mundo. Ahora bien, lo haremos desde la igualdad y la defensa de los intereses propios de esta Europa continental que no puede dejarse humillar ni despreciar por los "protectores predestinados" de fuera de sus fronteras.

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