Pablo Casado se fulminó en apenas 24 horas a Alfonso Alonso como líder del PP en el País Vasco y candidato a lendakari. Es lo que tiene ser un partido donde su presidente es una bestia mitológica, infalible y casi todopoderosa. Alonso, que era un vestigio sorayista que nunca pisó FAES, no veía con buenos ojos la presentación en una única lista del PP y Ciudadanos en las elecciones autonómicas vascas, y lo argumentó razonablemente, pero da igual. Lo de las listas únicas en Euskadi tiene que hacerse para abrir el camino a más operaciones similares y, finalmente, si los astros son propicios, para articular pactos y acuerdos entre ambas formaciones en un amplio número de provincias cuando se aproximen las próximas elecciones generales, con Vox -si resulta imprescindible- como muleta. El País Vasco tiene un enorme valor simbólico por ser territorio hegemónicamente nacionalista. A fin de sustituir a Alonso se ha tirado de manual de arqueología para poner de nuevo en el pináculo de la gloria a Carlos Iturgaiz, que ya asumió la presidencia del PP hace casi un cuarto de siglo. Iturgaiz es un político que merece respeto porque dirigió un partido democrático en años de plomo etarra. Enterró a muchos compañeros y se jugó la vida frente al terrorismo. Pero jamás ha brillado por su inteligencia, su diligencia o su instinto. Su principal mérito para el ascenso fue haberle llevado al despacho los cafés a Jaime Mayor Oreja -un reaccionario cínico y despiadado- y dicen que nunca se acordaba si debería añadir al recado un sobre de azúcar o dos.

Inés Arrimadas no concede ninguna viabilidad a Ciudadanos como un proyecto político autónomo. Muy probablemente lo da por acabado. El único camino para conservar el escaño a medio plazo o incluso -en los sueños más enloquecidos- en dirigir un Ministerio es construir una pequeña CEDA con el PP, que bajo el apelativo constitucionalista venda un nacionalismo español apocalíptico y excluyente que te ayude cotidianamente a descubrir comunistas en todos lados. Pero cabe reconocer excepciones, por supuesto. Una de ellas puede ser Canarias. En Canarias, y sin duda coinciden en ello PP y Ciudadanos, lo prioritario es desplazar al PSOE del poder autonómico y expulsar a Podemos, su pequeño comodín de facto. Están dispuestos a apoyar a un gobierno nacionalista light para conseguirlo. Uno sospecha que incluso estarían dispuestos a convertir en presidente del Gobierno canario a Román Rodríguez si los astros son propicios. Ya hace meses un servidor se lo ha escuchado a dirigentes conservadores, pero la aproximación estratégica entre el Partido Popular y Ciudadanos ha redoblado los rumores, las cábalas y los chismes. Ni siquiera se necesitarían los tres votos de la Agrupación Socialista Gomera de Casimiro Curbelo, aunque seguro que serían bienvenidos, para investir a un nuevo presidente o presidenta. Por el momento todos sus suspiros, charletas, algún pellizco de monja. Entre los nacionalistas o regionalistas -como quieran llamarlos- está cuajando una convicción desagradable: separados siempre estarán al albur de mayorías psocialistas o conservadoras, con la condición de socio minoritario como máximo premio, y un socio minoritario, por mucho que gesticule, siempre termina legitimando a su socio mayoritario. De nuevo todos, aquí abajo, miran hacia Madrid. Por los presupuestos. Por la negociación del marco presupuestario de la UE, donde los canarios pueden salir muy malparados. Y por la alianza nueva y eterna entre PP y Ciudadanos.