Seguimos viendo con cierta asiduidad en los medios de comunicación y en algunas de las redes sociales, noticias o hechos en los que las acciones violentas, bien por agresiones o insultos, irrumpen en partidos de competición de fútbol. Los más impactantes son los que acontecen en encuentros de menores.

Estas situaciones merecen de forma clara y contundente la denuncia. Aunque no son la mayoría de los escenarios que vemos, sólo faltaría eso, por pocos que haya, debemos asumir que son injustos por lo que afecta al otro, sea jugador, árbitro, padre, madre, directivo, y que va en contra de valores, que se supone se practican en el fútbol como el respeto, el diálogo y la tolerancia. Por otro lado, la evidencia nos debe guiar para entender lo negativas que son estas situaciones en cuanto a falta de responsabilidad, ya que se educa con el ejemplo.

Por lo tanto, es necesario llamar la atención respecto a la importancia del problema, ya que supone una amenaza para la propia existencia de la actividad deportiva. Va en contra de su espíritu, del juego limpio.

Para el examen de este fenómeno de la violencia en el deporte proponemos tres aspectos fundamentales. El primero, la normativa que existe al respecto, desde la Ley 10/1990 de 15 de octubre del deporte, que dedica un apartado a la violencia en los espectáculos deportivos y los diferentes reales decretos sobre la Comisión Nacional contra la violencia. En 2010, se aprobó el reglamento de prevención de la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte. Es evidente que en este ámbito se han ido dando pasos contra este problema y que, por lo tanto, hay marco legal para actuar. Además, existen diferentes organismos que estudian y analizan la violencia en el deporte como Eurofan, a nivel europeo, o dentro del Consejo Superior de Deporte en España, la constitución en su día, de un Observatorio.

Un segundo elemento de análisis son las causas que producen la violencia en el deporte. Para ello, en psicología, fundamentalmente, se han desarrollado diversas teorías explicativas. Una se justifica desde el modelo teórico clásico de agresión-frustración (Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears, 1939), y concluye que la imposibilidad de conseguir un objetivo determinado lleva al individuo a sentir frustración. Otra que nos parece relevante destacar es la teoría del aprendizaje social, según Bandura (1977), se aprende no sólo lo que se hace, sino también observando las conductas de otras personas y las consecuencias de esas actuaciones.

Es por lo que el modelo competitivo actual en categorías de base, fundamentalmente, debe implicar cambios en los que el resultado y la clasificación, no sea lo más importante o casi el único objetivo, para evitar esas frustraciones y la tensión que se va acumulando en las gradas por conseguir el objetivo de ganar. Tensión, que en algunas ocasiones, puede acabar en esa violencia verbal o física.

También, muchos de los programas, jornadas o acciones que se han desarrollado con el objetivo de concienciar en este ámbito, o no presentan resultados o indican efectos positivos en la prevención de la violencia, pero sin haber sido sometidos a una actitud crítica y reflexiva que permita conocer su verdadera eficacia. Esto es lo que se concluye en un estudio de revisión sobre la prevención de la agresividad y la violencia en el deporte en edad escolar (Sáenz, Gimeno, Gutiérrez y Garay, 2012), además de que es necesario que las estrategias de prevención que se propongan sean rigurosamente evaluadas a partir de datos conductuales pre-post test, con el objetivo de conocer su verdadero impacto.