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CARTAS A GREGORIO

Manuel Ojeda

El aguafiestas

Querido amigo, hace ya tiempo decidí que nadie podía ser tan importante en mi vida como para cambiarme el humor, e intento que nada afecte mi estado de ánimo.

Ya no está uno para aguantar a quien tiene la habilidad de meter la pata en el momento más inoportuno, ni a los que se alegran de venir a verte solo para darte malas noticias.

Tampoco me gusta el que tiene la mala costumbre de decir primero que no antes de escuchar la pregunta.

Recuerdo que, en los bailes de la Fraternidad de Telde, había una señora que llevaba a su hija. Se sentaba junto a ella como si fuera su perro guardián, y cada vez que se acercaba uno de nosotros para invitarla a bailar, la madre decía automáticamente: "No, la niña no baila".

Una de aquellas tardes, uno de los amigos vio que detrás del asiento de la señora se había caído una rebeca, por lo que se acercó a preguntarle si era suya. Y la vieja, que ya tenía la escopeta cargada, tuvo que recular y decirle: "Sí, muchas gracias".

Hay quien solo ve lo negativo de las cosas, y será por eso que los culebrones lacrimógenos tienen tanto éxito, Gregorio, porque están pensados para los televidentes que les gusta regodearse en la mierda ajena.

En esa parte de nuestra sociedad hay mujeres y hombres en la misma proporción, y en el caso de las mujeres suelen ser de cierta edad que no tienen nada que hacer, y a las que, como decían nuestros abuelos, habría que ponerles media docena de gallinas en la azotea para que tengan con qué entretenerse.

Pero también los hombres necesitamos tener la cabeza ocupada para no incordiar, como es el caso de Juan Luis, el típico aguafiestas que tenemos que soportar en nuestra peña de amigos, que lo primero que se le ocurre es re-saltar lo negativo que le parece ver en los demás.

Es ese sujeto que tan pronto llega, antes de dar las buenas horas, te dice: "Veo que últimamente has engordado..."

A mí no me lo dice porque sabe que me importan un bledo los kilos que lleve encima, se lo dice al que sabe que le molesta con la intención de incordiar.

La última vez que se le ocurrió hacerme un comentario parecido, me dijo: "Parece que has cogido unos kilitos de más, Manolo..." Y yo, que ya lo vi venir, le contesté: "Qué puedo hacer, amigo, si la felicidad engorda..."

Luego, y como quiera que él sí que tiene cada día más kilos de grasa, rematé diciéndole: "Yo te veo muy bien, Juan Luis. Se ve que te estás cuidando..."

Fue un bofetón sin mano que los demás aplaudieron con regocijo, y que al tipo no le quedó más remedio que envainárselo con una media sonrisa, pero que le afectó como si le hubiera dado una patada en el hígado...

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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