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Alfonso González Jerez

RETIRO LO ESCRITO

Alfonso González Jerez

Carnavalización

Tal vez no sea una mala idea recordar que, en los partidos de izquierdas -no se diga ya los de derechas- el papel de la mujer estuvo sujeto durante muchas décadas a una clara subordinación. Lo que ocurre es que en las organizaciones izquierdistas esta subordinación era una contradicción lacerante. En España la situación no comenzó a cambiar hasta finales de los setenta, cuando se celebran las primeras elecciones democráticas después de la dictadura. Todavía en 1970 Rodolfo Llopis, secretario general del PSOE en el exilio, explicaba que el rol de la militante socialista "debía ser el de vínculo y soporte emocional en virtud de su condición de esposa, madre o hija". Después de las elecciones de 1977 el grupo parlamentario del PSOE tenía apenas cinco diputadas y solo una senadora. La lucha por la igualdad de la mujer también se ha desarrollado en el interior de los partidos de izquierda, algo que parece olvidar la señora Carmen Calvo quien, como otras muchas (y muchos), pretenden rediseñar el pasado político a su medida. El PSOE no ha sido "desde siempre" un partido feminista, como no lo fue el PCE. Si ahora se definen como tales es por el trabajo intramuros -y muchas veces dificultado por prohibiciones y excomuniones- de miles de mujeres socialistas y comunistas a lo largo de más de medio siglo.

Siempre funcionó relativamente mal -es decir, relativamente bien- el engranaje entre lucha de clases y lucha feminista. Pero las cosas han cambiado. La lucha de clases ha desaparecido, se ha dado por perdida o es ya puro pataleo, y las izquierda, abocada a buscar legitimidades que no pasen por su capacidad para subvertir el orden económico (capitalista) las ha encontrado en combates parciales que distraen al personal de la impotencia progresista para mejorar las condiciones de vida de la mayoría, como el ecologismo, o en el terreno de las identidades nacionales, culturales, de género. Lo que le ocurre hoy al feminismo es fruto de su éxito como política emancipatoria, teoría interpretativa y movimiento de masas: lo parasitan tendencias teóricas y colectivos que quieren rentabilizar su prestigio e influencia, incluyendo aquellos para los que la construcción psicosocial del género incluye al mismo sexo. Ser mujer no sería una condición objetiva con una base biológica, sino un sentimiento, una preferencia, una identidad libérrimamente elegida. Pues bien: desde lo institucional los partidos del gobierno de izquierdas aplauden y amparan este feminismo parasitado que en último término destruye las condiciones de la mujer como sujeto político y convierte el feminismo por la igualdad en una antigualla.

Es una situación peligrosa porque esta incipiente guerra civil en el interior -y en las proximidades- del movimiento feminista llega en un momento en el que la unidad debería ser obligatoria en el contexto de una crisis civilizatoria cada vez más evidente en la que se está redefiniendo -en términos antidemocráticos- las relaciones entre el Estado, la economía financiarizada y los antes llamados ciudadanos. Entre las clases medias urbanas -cada vez más depauperadas, cada vez más fragmentadas y asustadas por el futuro- la carnavalización del movimiento feminista -que ha gozado de innegables simpatías en los últimos lustros- provoca estupefacción y rechazo. Y de ese rechazo hastiado pueden brotar reacciones políticas y electorales indeseadas por todos o todas las organizaciones, estrategias y culturas que se demandan feministas. Es una guerra cultural que se puede perder pasado mañana en las mismas urnas.

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