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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

El 'corinnavirus' como epílogo

Ya sabemos que la monarquía no es de este mundo. Sólo hay que mirar El Escorial para certificar su carácter divino. Cuando su reino se retuerce por el coronavirus, Zarzuela ordena a sus escribanos y notarios que publiciten la pócima para acabar con el corinnavirus. Al tiempo que el contagio de la pandemia se extiende por los territorios borbónicos, Felipe VI toma la decisión -no sabemos si animado por el órdago del estado de alerta al Covid 19- de acabar con la putrefacción en torno a su padre, Juan Carlos I, un estercolero en formato de paraíso fiscal, fundaciones opacas, presuntas comisiones de Arabia Saudí y líos de faldas. ¿Se puede levantar una monarquía moderna sobre una herencia tan pecaminosa? El corinnavirus, de Corinna, la amiga del rey emérito y su Mata Hari de cabecera, viene a ser el epílogo de la historia de un monarca que ha envejecido fatal, no por sus lesiones múltiples, sino por no haberse dado cuenta a tiempo de que su abdicación no desinfectaría del todo los cimientos del reinado. Gregorio Morán, el columnista, fue uno de los primeros en dar a conocer esta carcoma al publicar en su biografía de Suárez (2009) una carta de Juan Carlos I al Sha de Persia en la que, presuntamente, le pide 10 millones de dólares para la UCD. El muro que levanta el hijo frente al padre no es otra cosa que echar tierra para que las extremidades de los muertos enterrados en el jardín no asomen ni asombren. El monarca emérito es un producto de su época, de una generación que maquilló la mentira para convertirla en la transición democrática. Y por supuesto que era un secreto a voces que Juan Carlos I había tejido una supuesta red de tráfico de influencias con las monarquías árabes, como trata de averiguar la investigación judicial que ha derivado en la ruptura del hijo con el padre para evitar daños a la corona. Este distanciamiento en modo alguno niega los méritos del emérito salido de las mazmorras del franquismo, paladín de la metamorfosis del 78 y muñidor de los secretos inconfesables de la predemocracia y del 23-F. Es una pena, en el pico del coronavirus lo mejor hubiese sido un discurso del Rey a los súbditos desconcertados, pero hemos visto que los brujos han impuesto cercenar un corinnavirus de Palacio.

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