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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

Máquina de lavado

Coincido con muchos de los encerrados en que vamos camino de ser unas eficaces máquinas de lavado. Limpiamos con meticulosidad obsesiva pomos de puertas, palancas de ventanas, tarjetas bancarias, manojos de llaves, bolígrafos, teclados, la apertura de la nevera... Acabamos y empezamos de nuevo, en un operativo que nos convierte en gemelos enfermizos de Howard Hughes ( El aviador, 2004) con las manos sumergidas en líquido de manera permanente, o dispuestas a ser frotadas sin compasión por la servilleta húmeda de turno. Coincido también con otros encerrados, con los que hago quedadas por videoconferencia con motivo de algún acontecimiento especial (ahora lo son todos o casi todos), que la máquina de lavado también profundiza en los fondos del ropero. El aislamiento saca a la relucir la mejor versión de Marie Kondo, con planes que atacan con bisturí el interior de los roperos mohosos, las zapateras con bacterias, los cuartos de la lavadora y secadora, los trasteros deconstruidos, las despensas llenas de caducados, las bibliotecas polvorientas, los garajes con manchas de aceite, las macetas con plantas apagadas... Una campaña coronavirus que se adentra igual que un sacacorchos en las memorias familiares, con la recuperación de álbumes de fotografías olvidadas, en blanco y negro, que nos sitúan de nuevo ante un pasado que se había dado por amortizado, y que ahora retorna clarividente gracias a esta curiosa máquina de lavado que nos lleva a apreciar hasta el más mínimo detalle de la corrosión: las arrugas acumuladas, las estrías, la curva de la felicidad o la infelicidad, las varices, las canas, las patas de gallo, las adiposidades sin nombre, los mapas en la piel... Igual sucede con las viejas películas del tomavista del desarrollismo, unas imágenes que desfilan de nuevo gracias a un proyector jurásico que apareció mientras la máquina de lavado penetraba bajo una cama. Y así con toda una parafernalia de soportes predigitales que nos informan someramente (también nos clavan un cuchillo en la espalda) de la larga travesía de la vida. ¿Qué ocurrirá si esto se prolonga? Lo ideal sería que el combustible nunca se acabase, y que esta enorme máquina de lavado siempre tuviese a mano un inflamable.

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