No sé. Quizás tienen razón los que me dice que debería dedicarme a comentar -a deplorar- la gestión de la crisis sanitaria que padecemos en Canarias y en España. Pero no lo haré. Entre los que creen que no debe decirse una palabra hasta la desaparición del último virus y los que opinan que Pedro Sánchez debería dimitir están los pasmados, entre los que me encuentro, para los que las críticas lapidatorias y las sórdidas apologías comparten un mismo origen: el miedo y la ansiedad por conseguir un fetiche responsable de todo y que a todo le conceda un significado satisfactorio: a los muertos, a los enfermos, a la estupidez colectiva, a los errores gubernamentales, a una ministra socialista en una clínica privada o al asombroso número de perros que se ven por la calle. Ningún chucho morirá por el coronavirus, pero sospecho que a muchos les estallará el corazón por la docena de paseos diarios a cargo de padres, hijos, sobrinos, nietos, amigos y hasta vecinos. El perro es una nueva unidad de medida económica y el otro día, cerca de la Recova, alguien me aseguró que está eclosionando un mercado negro y peludo: te cedo a mi mascota una hora a cambio de media docena de mascarillas. Me eché a reír. Mi interlocutor masculló: "Es economía colaborativa", y se dio la vuelta. Mi chucho se me quedó mirando.

El presidente del Gobierno de Canarias decidió designar director del Comité de Gestión de la Emergencia Sanitaria a Conrado Domínguez, que fuera director del Servicio Canario de la Salud en el Ejecutivo de Fernando Clavijo. A la consejera de Sanidad, Teresa Cruz, la han dejado como un jarrón chino (con perdón) en una esquina. Es algo que carece de sentido jerárquico, operativo y, sobre todo, político. Si la consejera de Sanidad no es útil para dirigir el comité de emergencia sanitaria, ¿por qué sigue siendo entonces consejera de Sanidad? Los arúspices han sacrificado un gallo de Arico y han profetizado que Cruz será invitada a dimitir en los próximos días. Si hasta ahora no ha sido así es porque el PSOE de Tenerife sigue defendiendo su continuidad. Me parece una hipótesis arriesgada. El PSOE de Tenerife -Pedro Martín et alii- ya no defiende a Cruz: defiende que su sustituto sea tinerfeño y que le corresponde legítimamente proponer nombres, entre los cuales se cita a José Vicente González Bethencourt, un veterano militante y cirujano con una probada capacidad adaptativa y que, al contrario que la todavía consejera, suele llevarse razonablemente bien con los seres humanos. Lo más asombroso es que Cruz, en lugar de dimitir, ha declarado que lo que le ocurre a la consejera -habla de sí misma como Julio César se citaba en la Guerra de las Galias- es que no la dejan trabajar, denunciando "oscuros intereses" en su arrinconamiento. Cabría preguntarle si Ángel Víctor Torres, que ha nombrado a Conrado Domínguez, forma parte de esos mefíticos intereses que insinúa desde un victimismo parapléjico. No sé si es más asombroso que no haya dimitido o que no la hayan destituido.

Vamos a toda velocidad hacia los 3.000 muertos en España y la ruina económica de Canarias está a la vuelta de la esquina, y uno tiene que escuchar esta basura de batallitas internas. Prefiero al descubrimiento de esta tarde con mi perro: el vecino que, desde un pequeño balcón de la Rambla Pulido, ofrece un ruidoso concierto (sobre todo salsa y reguetón) de media hora cada día. La gente lo aplaude, lo saluda, lo baila. Una pequeña trinchera aérea por la vida, el vacilón, el humor. ¿Hace mucho ruido? Sin duda. Pero es una cruz que sí merece la pena soportar.