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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

Aseo personal

El confinamiento no debe ser un pretexto para que los ciudadanos abandonen el aseo personal, así como el decoro en la vestimenta. Dicho así suena a una especie de adenda al real decreto de la prórroga del estado de alarma, introducida por un asesor terapeuta preocupado por el otro estado: la disolución de los hábitos personales en un mundo a lo Robinson Crusoe, donde se descuida la estética de la barba, el desodorante queda arrinconado, la lavadora entra en parada técnica y aparece el exceso de pijama, babuchas o cholas. Alguien de la casa debe estar atento a esta dinámica autodestructiva y frenarla, quizás con la convocatoria de una cena en la que se exija etiqueta como aliciente para darle vida al fondo del vestidor y recuperar la autoestima. Volver a la loción del afeitado y a las cremas faciales tiene su recompensa durante este encierro. Uno de los cuidados que se extiende es el dirigido al irremediable aprendizaje del corte de pelo, si no quiere que el repartidor del agua lo mire con cara de espanto por el descontrol de las greñas y lo confunda con Tom Hanks en su primeros días buscándose la vida en la isla de la película Náufrago. Puede que el remedio sea peor que el problema y que el experimento ad hoc le convierta la cabeza en una palangana o en un casco, por citar los formatos más dignos entre los peores. La misma gráfica del pico y la curva es aplicable en el hogar dulce hogar: tras la euforia excitante de la situación novedosa, con un ascenso fulminante de adrenalina, aparece la curva, que, a diferencia de lo que ocurre con los estragos de la pandemia, no entra en un descenso más o menos estable, sino que cae en peso hacia lo más profundo, en una bajada imparable a no ser que alguien se haya dedicado a vigilar los síntomas en vez de estar durante todo el santo día mandando memes. Hay que fijarse, aunque resulte atroz, en la rutina del preso en la mazmorra de un castillo: él solo tiene una piedra para arañar los ladrillos y hacer una señal para cada día que pasa. En el caso nuestro están los rituales de la anterior vida, antes del cataclismo, ya sea, como dijimos, con el afeitado diario, o con ropa que huela a suavizante. O bien con las mismas manías estúpidas, como cambiar la bolsa de la basura aunque no haya llegado al límite.

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