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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

Pollos sin cabeza

El teletrabajo nos ha cogido de repente, sin que todavía tengamos claro cómo es ser y estar con la cabeza metida en una pantalla, pero con la magua de la pérdida de una mesa, de una planta, de una papelera, de un cubilete de bolígrafos, de una papelera, de un teléfono, del control horario, de la máquina del café... Estamos realmente como pollos sin cabeza, tecleando en la cocina, tendidos en la cama, sentados en el sofá del salón, estirados en el balcón o con una mandarina en la mano. Lo alucinante es que, pese al desasosiego que nos embarga, somos máquinas hiperproductivas. La sensación de que estás en un espacio laboral donde duermes y comes acaba siendo mortificante: crees que no estás dando golpe, pero es todo lo contrario. Perseguido por la idea de la indolencia frente al deber, tratas de estar el máximo de tiempo posible ante el ordenador, el móvil o con videoconferencias, ya sea con el pijama, antes de acabar el almuerzo, mientras preparas una tortilla o con la televisión a toda pastilla. Resulta clarividente que no somos una sociedad preparada para el teletrabajo, y menos para el que viene impulsado por una pandemia. Me dicen cada vez más que esta emergencia sanitaria cambiará el modelo productivo, que será una de las olas de las que hablaba Alvin Toffler, un movimiento que nos llevará a un ecosistema social y económico que nos separará definitivamente del concepto del trabajo convencional, de la ciudad o de la salud que hemos tenido hasta ahora. Pero lo irresistible y repulsivo de este cataclismo es que llega con una pandemia que, por otra parte, le viene como un guante a las incertidumbres climáticas: China o Madrid reducen las emisiones de gases a la atmósfera, toda una paradoja ver morir personas para constatar el renacimiento de la naturaleza. Quizás no ocurra nada de nada. Lo mismo volvemos a ser los mismos, a convivir con los mimbres que heredamos del XX, incapaces de abandonar el olor que sale de un caldero. Por lo pronto, este teletrabajo que ahora practicamos parece un poco de película de Woody Allen, también muy beat, rodeado del bullicio doméstico y con una nostalgia increíble por los tiempos que nos abandonaron. Se hacen apuestas para ver qué ocurre el día después.

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