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OPINIÓN

Una antigua parábola del mal que nos aflige

Escena de los años cuarenta en un hospital de la ciudad argelina de Orán, entonces muy afrancesada: dos médicos comentan el hecho inquietante de varias muertes sospechosas que parecen tener un origen común. Uno de ellos apunta que hay que esperar el resultado de los análisis. "Yo no tengo necesidad de análisis -replica su interlocutor-. Hice mi carrera en China (?). Esto es la peste".

La durísima experiencia de la pandemia coronavirus que nos aflige parece calcada de La peste, del Nobel Albert Camus, como si aquello tan lejano en el tiempo y el espacio fuera una especie de premonición para tres cuartos de siglo después.

En la alcaldía de Orán, el doctor Rieux avisa de que en 48 horas se han producido nada menos que once misteriosas muertes. El contagio ha comenzado, pero no hay que inquietar a la población. La vida sigue: el bullicio, las compras, las tertulias de café, los negocios, los paseos, la circulación de vehículos, los juegos, los deportes, las iglesias, las mezquitas. Nadie sospecha lo que se avecina.

El alcalde, enterado del incipiente problema, recomienda prudencia y no alarmar a la gente, pero el doctor Tieux, que capitanea la dura tarea de afrontar el creciente problema, avisa de que en 48 horas se produjeron una docena de muertes misteriosas.

Las dudas, o mejor las controversias, de las autoridades francesas y tunecinas, civiles, sanitarias, militares y religiosas estaban entre la simple y escueta información a la población, tomando las decisiones restrictivas a que haya lugar, o demorar la noticia y aguantar el tipo hasta ver a dónde se llega: es urgente llamar a las cosas por su nombre? ¿Pero cuál es el nombre?

Alguien ofrece un pabellón deportivo con capacidad para 80 camas, pero el cándido alcalde cree que no se necesitarán más allá de dos docenas. Por último, hubo que decidir a toda prisa, sucesivamente y a cara de perro, la declaración del estado de alerta, de alarma, de sitio, de guerra y de catástrofe o lo que fuera.

La realidad lógicamente se impuso y Orán durante un tiempo dejó de ser la ciudad alegre y confiada con la población encerrada hasta en los estadios, la plaza de toros y cualquier otro campo susceptible de concentración, además de unos graves problemas sobrevenidos que tampoco faltarán aquí y aún en lo sucesivo.

La pandemia que nos aflige hogaño tiene similitudes con la peripecia literaria ideada por el genial Albert Camus, parábola de los dispares comportamientos, unos despreciables y otros ejemplares ante el dolor y la desgracia.

Ocasión la nuestra que pone de relieve la capacidad de entrega del corazón humano sobre todo en cuantos derrochan valor al asistir sin condiciones a sus prójimos en peligro arriesgando aún su propia vida. Y también, la desidia de algunas autoridades que van a lo suyo y, tras haber demorado la intervención gubernamental por anteponer sus protestas en la calle, pretenden capitalizar a su favor las demoradas soluciones.

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